"En casa se cenaba, comía y desayunaba en torno al cava"
El invitado llegó primero y me lo encuentro (ya) con una copa de cava en la mano. La etiqueta reza: Cava Freixenet. Brut Nature. Casa Sala. Sant Quintí de Mediona y emula los orígenes de la trayectoria empresarial familiar, que se remonta al año 1861. El restaurante Nuclo, radicado en el recinto de Gran Via de la Fira, frente a la torre roja de Toyo Ito, nuevo icono de Barcelona, cobra 30 euros por esa botella. Suena música chill out. La elección no es casual. Josep Lluís Bonet, presidente del mayor productor de cava del mundo, Freixenet, también preside la Fira.
"A la feria le dedico un tercio de mi tiempo. Otro tercio es para Freixenet. El resto son actos institucionales... y las clases". El empresario, con ojos burbujeantes sin despeñarse por ninguna carcajada, proclama que su vocación fue siempre la enseñanza. En los sesenta, cuando era profesor auxiliar en la Universidad de Barcelona (UB), firmó un manifiesto contra el rector, Francisco García-Valdecasas. Fue expulsado. "Ah, si no, quizá no estaría en Freixenet". Trata de sonar convincente, mientras picotea cocotte de lentejas.
El presidente de Freixenet fue echado de la universidad. "Si no, no estaría aquí"
Pero uno no sabe si creérselo. No porque esté en duda su pasión. "Yo dirijo la empresa como un profesor, soy didáctico", explica Bonet, que, tras ser vetado en la UB, se las ingenió para seguir enseñando, esta vez derecho fiscal, en Esade, en clases nocturnas. De día, trabajaba en un bufete de abogados con dos amigos. Lo que uno no acaba de creerse al escucharle es que no hubiera acabado igualmente engullido por la fascinación de Freixenet: "En casa se desayunaba, comía y cenaba en torno al cava. Era el centro de la vida familiar". De joven pasaba horas y otras muchas tardes en el despacho de su tío José Ferrer, a quien se refiere con devoción. "Él modernizó la empresa, es un imperialista y la hizo grande".
Freixenet era 25 veces más pequeña que su eterna rival, Codorníu, hasta que, en 1985, la superó en tamaño. Los dos principales productores se enzarzaron en los noventa en una dura batalla judicial por las condiciones de elaboración y producción del cava, con acusaciones de plagio de botellas y de uso de variedades de uva no reconocidas. Lo que se bautizó como guerra del cava, que incluso inspiró una telenovela en TV-3, "ha sido mi momento más amargo desde que entré en el negocio", confiesa. Y eso ocurrió el día de 1965 en que su tío le convocó a una cita con distribuidores en la que anunció que él, el profesor expulsado metido a abogado, sería director comercial. "Siempre así: ahora ponte de comercial, ahora de director general, o de presidente".
Las idas y venidas de la memoria por el árbol genealógico se desarrollan entre sorbos de un Morlanda del Priorat y a la espera de la lubina con trufa de invierno. Bonet se entusiasma al evocar la conquista de barrios enteros o de nuevas ciudades como si fueran operaciones militares. "Madrid me pareció idónea para las hostilidades. Allí vivía una mujer...", dice antes de pedir helado. Sería la suya. Tienen 12 hijos.
Preguntamos por la idea de la burbujita. Serio, explica que, una noche de tormenta de ideas, el escritor Néstor Luján, con alguna copa de más, empezó a susurrar: "¡soy una burbuuuuja!, ¡soy una burbuuuuja!". Y pide los cafés.
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