Campeones sin Playstation
Dos jóvenes ajedrecistas gallegos, el orensano Iván Salgado y el muradano David Lariño, ganan títulos y baten marcas de precocidad en España
Hay vida más allá de la Playstation y la Wii, certifica David Lariño, 19 años, campeón de España de ajedrez, natural de Esteiro-Muros y uno de los talentos emergentes del tablero. No es el único joven gallego que destaca en el ocho por ocho. El orensano Iván Salgado no tiene edad para votar, pero ya es Gran Maestro Internacional, cualificación que logró hace poco más de un año. Ningún español lo había conseguido jamás a edad tan temprana. Los dos buscan su techo de la mano de preparadores personales fuera de Galicia tras completar una importante etapa formativa en la Escuela Kasparov-Marcote de Vigo, referencia de la enseñanza del ajedrez.
Lariño ha dejado los estudios. Su vida es el ajedrez y se ha pasado la Semana Santa en La Roda, un pueblo manchego en el que se jugaba un torneo internacional. Cien jugadores, 15 de los cuales le superaban en ránking, pelearon por un cheque de 2.200 euros. "Hay muchos torneos y puedes ser profesional del ajedrez, pero para vivir bien tienes que estar entre los mejores del mundo", asegura.
Sin cumplir 18 años, Salgado es ya Gran Maestro Internacional
Lariño no tiene con quién jugar en Muros. Todos se van a la videoconsola
Salgado estuvo en San Sebastián, en el Open Internacional que se celebró en el salón de plenos del ayuntamiento donostiarra. Dicen los que saben que no tiene límites, que su capacidad de trabajo es ilimitada, valor que es oro cuando se trata de progresar en el ajedrez. Con 13 años se mudó a Vigo para conocer los secretos del deporte mental.
Lariño también se fue de casa a esa edad. Ahora acaba de pasar unos meses en Pamplona, cerca de su preparador, y se dispone a iniciar una nueva etapa con un club de Ponferrada, una vida nómada que estaba lejos de imaginar cuando con siete años su familia le apuntó en un torneo celebrado en un centro comercial de Santiago. "Apenas sabía mover las piezas, pero me defendí", recuerda. Tres años después fue campeón de España sub 10. Subió escalones sin perder el hábito de la victoria y en noviembre pasado sorprendió a propios y a extraños al ganar el campeonato absoluto y convertirse en el segundo ajedrecista más joven en lograr ese hito. Sólo el mítico Arturo Pomar le supera en precocidad.
Pomar fue un niño prodigio mallorquín de la posguerra que con 11 años hizo tablas en unas simultáneas con el campeón mundial, el ruso, de nacionalidad francesa, Alexander Alekhine. Suficiente para que el régimen franquista le convirtiera en icono del NO-DO. Pero Lariño se reivindica como un chaval normal por más que en Esteiro o en Noia liquidara a todos los eruditos de barra de bar que se atrevían a enfrentarse a él con un tablero por medio. "Flipaban un poco al verme jugar", recuerda. Salgado se apasiona con el fútbol, pero lo suyo no es darle patadas al balón. Tenía cinco años cuando comenzó a manejarse con peones, alfiles y torres. Pronto comenzó a deslumbrar en torneos ante profesionales. Jugaba arrodillado sobre la silla porque sentado tenía problemas para alcanzar las piezas que campaban al otro extremo del tablero.
Sentado o arrodillado, el ajedrez es duro. Hay mucho trabajo detrás, mucha lectura y partidas que repasar con infinitas variables. Salgado asegura que no quiere dejar de disfrutar ante las piezas. "Si no, puedes llegar a amargarte un poco", reconoce. Tanto él como Lariño dedican unas cuatro horas al día a prepararse y prefieren no entrar en el debate tópico sobre si estamos ante un deporte, por más que Lariño advierta: "Hay jugadores que en ocasiones llegan a tener 180 pulsaciones por minuto durante una partida. Yo no lo he medido, pero lo que sí es cierto es que acabo las partidas agotado. Jugar al ajedrez me cansa más que correr, quizás sea un cansancio diferente, pero prefiero el físico, que el que siento después de jugar una partida muy intensa", explica.
Salgado y Lariño abanderan una nueva generación que mantiene vivo el nivel de un juego milenario del que abundan leyendas sobre su origen. Dicen que lo inventó el preceptor de un príncipe indio para hacer comprender a su joven alumno que un rey no es nada sin el apoyo de sus súbditos. Hoy ese tipo de moralejas se acompañan de sofisticadas y precisas animaciones. Y a tipos como David Lariño les duele porque cuando regresa a Esteiro se encuentra con que no tiene rivales ni siquiera para entretenerse. "Debo de ser el único que juega al ajedrez en todo el pueblo. Intenté que jugara mi hermano, pero lo dejó porque le parecía muy aburrido y prefirió pasar el tiempo de ocio ante a la consola, como todos los demás".
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