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Columna
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Un diálogo quebrado

El escritor Josep Pla y el filólogo Joan Coromines rehusaron en su día convertirse en académicos de la Real Academia Española. Opinaban que esa institución representaba la intransigencia intelectual de un Estado que sojuzgaba la cultura catalana. Pla escribió que no entendía cómo unos académicos que no habían leído ni una línea de su obra en catalán podían plantearle su ingreso en la academia. El rechazo de ambos al sillón académico muestra el distanciamiento que provocó el régimen franquista entre los intelectuales catalanes y los castellanos, distanciamiento que se mantiene hasta nuestros días.

Pla y Coromines rechazaron la distinción a pesar de haber realizado importantes aportaciones a las propias letras castellanas y de haber mantenido una relación muy fluida con los intelectuales asentados en Madrid, desde finales de los años veinte del siglo XX hasta la Segunda República. Josep Pla, por ejemplo, recibió a Ramiro de Maeztu y Pío Baroja en la tertulia de la Penya del Ateneu Barcelonès en numerosas ocasiones. Joan Coromines se había formado en Madrid como discípulo de Ramón Menéndez Pidal, personalidad imbuida por los principios de la Institución Libre de Enseñanza, los mismos principios que regían tanto el Instituto Escuela madrileño como el Institut-Escola barcelonés. El ideario de Giner de los Ríos era admirado por igual en círculos intelectuales y ateneístas de Barcelona y Madrid.

Espero que se recupere el contacto fluido entre las letras catalanas y las castellanas que quebró en 1936

Entre los intelectuales de ambas ciudades se mantuvieron estrechos lazos desde fines del siglo XIX hasta el estallido de la Guerra Civil. Los pintores catalanes acudían a las Exposiciones Generales de Bellas Artes que se celebraban en Madrid. Santiago Rusiñol y Ramon Casas participaban en las tertulias madrileñas de los modernistas y de la Generación del 98. En ellas se pergeñaban revistas en las que escribían castellanos y catalanes, es el caso de Arte Joven, que nació en Madrid y se trasladó a Barcelona, manteniendo los colaboradores de ambas ciudades con toda normalidad. El interés por conocerse unos y otros fue la nota dominante durante esas décadas, sin que la lengua significase barrera alguna. Miguel de Unamuno sostenía que cualquier español culto debía leer catalán. En 1906, Marcelino Menéndez Pelayo fue presidente honorario del Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana. Cuando la dictadura de Primo de Rivera legisló contra el uso del catalán, en 1924, varias decenas de intelectuales y ateneístas castellanos firmaron un manifiesto en defensa de la lengua catalana; seis años después, un grupo de los firmantes fue recibido por una multitud en Barcelona.

Al comienzo de esas décadas de entendimiento, en abril de 1904, se planeaba celebrar un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid sobre la cultura catalana. El Ateneo madrileño había propuesto dicho ciclo al poeta Joan Maragall, entonces presidente del Ateneu Barcelonès, con el fin de dar a conocer en Madrid a los poetas, prosistas y pensadores catalanes. La idea había partido de un grupo de jóvenes ateneístas, encabezado por Bernardo G. de Candamo, incondicional del escritor catalán e íntimo de otro amigo del mismo poeta, Miguel de Unamuno. Maragall acogió con entusiasmo la iniciativa y logró sin dificultad el concurso de una serie de intelectuales catalanes. Josep Pijoan y Antonio Rubió i Lluch, entre otros, confirmaron su participación. Él mismo preparó una intervención sobre la nueva poesía catalana. Maragall pidió a Marcelino Menéndez Pelayo que pronunciase la conferencia inaugural relativa a la historia de la literatura catalana, ya que le consideraba la máxima autoridad en la materia. Desgraciadamente, don Marcelino requirió a Maragall que se pospusiese el ciclo puesto que sus muchas ocupaciones le impedían entonces preparar debidamente su disertación. Este aplazamiento, unido a la salida de la presidencia del Ateneu Barcelonès de Maragall, unos meses después, ocasionó la no celebración del ciclo de conferencias.

Joan Maragall nunca llegó a intervenir desde la tribuna del Ateneo, se limitó a visitarlo cuando viajaba a Madrid y a mantener correspondencia con diversos ateneístas, por ejemplo con Unamuno y Candamo. Numerosos ateneístas admiraban su poesía desde hacía años, se habían sumado al homenaje que le rindió la revista barcelonesa Catalonia, en 1901. A su muerte, en 1911, el Ateneo de Madrid organizó un acto en su honor.

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En abril, se escuchará en el Ateneo de Madrid a un nieto del poeta Maragall, Pere Maragall i Mira. La conferencia se enmarca en la semana de cultura catalana organizada por el Centro Cultural Blanquerna, con motivo de la Diada de Sant Jordi y del Día del Libro. De alguna manera, se reconstruye así aquel ciclo de conferencias sobre las letras catalanas que planearon el Ateneo de Madrid y el Ateneu Barcelonès hace 105 años. Espero que se aprovechen estas circunstancias para recuperar el diálogo fluido entre las letras catalanas y las castellanas que quebró en 1936, una quiebra que provocó, entre otros males, que dos grandes personalidades catalanas se autoexcluyesen del merecido reconocimiento académico.

Jesús Blázquez González es historiador y autor de Unamuno y Candamo. Amistad y epistolario (1899-1936).

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