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Reportaje:Un mito de la copla

El artista apaleado "por rojo y por marica"

Una retrospectiva reivindica la figura del provocador creador Miguel de Molina

Patricia Ortega Dolz

Su estilo y su clase originales: quién no recuerda esas camisas de mangas bombachas "cuajás de lunares", que bordaba él mismo. Su voz: quién no ha tarareado alguna vez esas coplas como Ojos verdes o Bien pagá. Su baile: esos botines de colores chillones que buscaban siempre su rima perfecta. Su mirada ingenua y desafiante: unas pestañas que, como sin querer, hacían sombra al mundo... Miguel de Molina quizá sea uno de los artistas más arrebatadores y polifacéticos que España ha parido, y también uno de los más maltratados. "Por rojo y por marica", cuenta él mismo en sus memorias, refiriéndose a la noche en que tres hombres le sacaron a palos del teatro Pavón, le arrancaron el pelo a jirones y le obligaron a beber aceite de ricino.

En la muestra están las blusas de mangas bombachas que él mismo bordaba
"Fui raptado. Me dieron una feroz paliza", escribe en su autobiografía
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Genio y figura, trajes y hechuras

Tuvo que huir del país, dejando a su madre y a su tierra malagueña en 1942. Pasó la mitad de su vida en el exilio y aunque, poco antes de morir en 1993, regresó desde Buenos Aires para recibir la condecoración de la Orden de Isabel la Católica de manos del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, nunca volvió para quedarse. Ni muerto.

Jaranero como ninguno. Él, que se crió entre seis mujeres (madre, hermana y cuatro tías), que trabajó de limpiador de un burdel en Algeciras, que vivió durante tantos años de montar fiestas en Granada, Sevilla y después en Madrid para los más flamencos, recibe otro merecido homenaje. Ahora en Madrid, de manos de la Comunidad y de la fundación que lleva su nombre. "Creo que era necesario reivindicar la figura de Miguel de Molina, porque sufrió como nadie, en sus propias carnes, la represión de este país, ya no sólo ideológica, sino por ser homosexual", decía ayer durante la inauguración de la muestra el consejero de Cultura, Santiago Fisas. "Aquí sólo hay una tercera parte de todo su legado", agregaba el comisario de la exposición, Manuel de Gotor.

El complejo El Águila acoge desde hoy y hasta el 17 de mayo Arte y provocación, la primera retrospectiva de Miguel de Molina donde, a través de fotografías, documentos, películas, vestuario y autógrafos se muestra el legado de "una de las más grandes figuras de la canción y la danza españolas", anunciaban ayer la viceconsejera de Cultura, Concha Guerra, y la directora general de Archivos, Museos y Bibliotecas, Isabel Rosell. La muestra hace un recorrido por los momentos más importantes de la vida artística, social y creativa del artista, de cuyo nacimiento se cumplió el centenario el 10 de abril de 2008.

La exposición comienza con una cronología, en la que se pueden ver fotografías dedicadas a él por los personajes con los que mantuvo una estrecha relación, como Pastora Imperio, Manolete, Jacinto Benavente, Manuel de Falla, Lola Flores, Agustín Lara, María Félix o Eva Perón. Otra parte importante es la colección de carteles de teatro y cine, con algunos emblemáticos, como el del Amor brujo. También se podrá realizar un paseo por su filmografía y descubrir imágenes de sus primeros cortos, como Luna de sangre y Manolo Reyes, o su largometraje Ésta es mi vida.

En la muestra hay algunas de las características prendas de su vestuario. Hay 16 de sus emblemáticas blusas y 41 pares de botas con originales diseños. Acompaña a esta exposición la publicación de Miguel de Molina, un libro, que verá la luz el 10 de abril, que reúne el legado del artista y en el que colaboradores, expertos y allegados glosan su figura. Todos ellos ayudarán a construir el collage de una vida de leyenda, la de Miguel Frías Molina, que nació el 10 de abril de 1908 en el barrio de Capuchinos, de Málaga. En su autobiografía, Botín de guerra, cuenta que llegó al mundo "en una España en la que reinaba Alfonso XIII y en una Andalucía en la que quienes gobernaban eran la pobreza, el hambre, los terratenientes y la ignorancia".

"En Madrid fui aprendiendo de los maestros del cante y el baile en el mítico Villa Rosa de la plaza de Santa Ana. Fue en 1931 cuando se me despertó la idea de subir a un escenario como artista del baile y la canción andaluza. Manuel de Falla, Laura de Santelmo, Lamote de Grignon, Tony Triana, mi primer Amor brujo. Yo era un don nadie y compartí escenario con esos monstruos", cuenta el artista.

"El 10 de noviembre de 1939 estaba de nuevo en Madrid, trabajando en el teatro Pavón, cuando, de pronto, tres tipos aparecieron en mi camerino y me obligaron a que les siguiera. Fui raptado hasta los altos de la Castellana, donde me dieron una feroz paliza", narra en la que se recuerda como una de las más salvajes represiones vividas por un artista durante el franquismo. Aquello supuso un antes y un después en su vida, que terminó en su casa de Buenos Aires el 4 de marzo de 1993. Argentina fue el país que lo acogió en su exilio, después de que en España se le persiguiera por republicano y homosexual. Sus restos se encuentran en el Panteón de Actores del cementerio de La Chacarita, en la ciudad porteña. Ahora, parte de su legado viajará, con esta exposición que se abre hoy, a Almagro, Buenos Aires, Sevilla o Córdoba.

Josefina Balande, sobrina de Miguel de Molina, y Alejandro Salade, su sobrino nieto, ayer en la presentación de la exposición <i>Arte y provocación.</i>
Josefina Balande, sobrina de Miguel de Molina, y Alejandro Salade, su sobrino nieto, ayer en la presentación de la exposición Arte y provocación.EFE

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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