Explicaciones, no disculpas
El anterior Papa, Juan Pablo II, pidió disculpas, más o menos, en 94 ocasiones: a propósito de las Cruzadas, a propósito de Galileo o a propósito del Holocausto... También se lamentó por la opresión a que se sometió a las mujeres. Desde el punto de vista de las no creyentes y, posiblemente, también de muchas creyentes, quizá hubiera sido más oportuno que, en lugar de pedir tanto perdón, hubiera modificado las leyes vaticanas para obligar a la jerarquía católica a mantenerse en compasivo silencio en casos como el de la madre que pidió a los médicos que hicieran abortar a su hija de nueve años, violada y embarazada de gemelos. Cuánto más se hubiera apreciado esa reserva en la actual jerarquía, que la estrepitosa e insensible decisión de los obispos brasileños de excomulgarla.
Un humilde silencio del Papa sobre los preservativos hubiera sido mejor que excusas dentro de unos siglos
Se anuncian tiempos difíciles y no tenemos ni idea de por qué los políticos no hicieron nada para evitarlo
También hubiera sido muy de agradecer que, en lugar de pedir disculpas dentro de unas décadas, o siglos, el Papa actual se hubiera limitado a mantenerse en humilde silencio sobre el uso de los preservativos como método profiláctico contra el sida.
Es curiosa la facilidad con la que se pide perdón en nuestros días... y lo poco que se dan explicaciones. Juan Pablo II no autorizó nunca que se abrieran los archivos vaticanos para investigar la actuación de uno de sus antecesores, Pío XII, en los años treinta y cuarenta. Uno de los maestros más famosos que tuvo Oxford en el siglo XIX, el teólogo Benjamin Jowett, que era también un gran latinista y un decano estricto y muy coherente, lo tenía más claro: "Nunca pedir disculpas, nunca dar explicaciones", recomendaba a sus selectos alumnos. Ahora, proliferan las disculpas y faltan las aclaraciones.
El líder conservador británico David Cameron lamentó el otro día que su partido no hubiera sido más exigente a la hora de protestar por la excesiva deuda de los bancos. Es obvio que Cameron quería, simplemente, poner en evidencia al primer ministro George Brown, que se niega tozudamente a pedir perdón por nada. Pero lo importante de la situación es que ni uno ni otro, ni Cameron ni Brown, tienen la menor intención de dar explicaciones coherentes y serias sobre cómo se ha podido llegar a este punto sin que existiera una intervención política. Ni ellos, ni sus colegas en el resto del mundo.
Los banqueros y ejecutivos de las empresas financieras y de seguros, afectadas de lleno por el estallido de la crisis, se han disculpado también de forma profusa. Ha pasado en todas partes, desde Islandia a Estados Unidos, aunque la imagen más sincera y triste la han dado estos días, seguramente, los flemáticos británicos. El pobre lord Stevenson, presidente del HBOS, se golpeó el pecho en público: "He pedido disculpas, total y sinceramente, y me siento feliz de volver a pedirlas todas las veces que sea necesario".
Y un apenado Sir Fred Goodwin, ejecutivo del desastroso Royal Bank of Scotland, reconoció "grandes errores" y proclamó que "no podía estar más abrumado y deseoso de pedir perdón". Ni uno ni otro ha hecho lo que los ciudadanos realmente necesitamos: explicar, con pelos y señales, qué hicieron y cómo pudieron tomar esas decisiones tan letales (y productivas para ellos mismos) sin que ninguno de los organismos encargados de controlarles hiciera el menor gesto de alarma.
La inquietante realidad es que nadie ha explicado nada de nada. Se anuncian catástrofes, sacrificios, tiempos "dolorosos y difíciles" (advertencia de Paul Krugman para España en su reciente visita) y quienes los vamos a sufrir, en todo el mundo, no tenemos ni idea de por qué nuestros políticos, en el Gobierno y en la oposición, no hicieron nada para evitarlo. No sabemos por qué nuestras instituciones han sido tan ineficaces a la hora de protegernos.
Quizá lo primero sea impulsar a los Estados para que reaccionen ante la agresión que han sufrido. Pero si los ciudadanos vamos a tener que padecer lo indecible para salir de esta situación, lo razonable es exigir, al mismo tiempo, responsabilidades, políticas y económicas, y no permitir que todo caiga sobre nuestras espaldas sólo con unas simples y elegantes peticiones de perdón.
No se trata de una tragedia provocada por la naturaleza enfurecida sino claramente de una obra de la naturaleza humana. Todo esto era incumbencia de unas personas determinadas que, en todo el mundo y a lo largo de una serie de años, han incumplido con su compromiso más importante.
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