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Columna
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¡Viva el XIX!

Manuel Rivas

No estoy muy de acuerdo con que muevan del Prado los Caprichos y los Desastres, aunque uno comparta la idea de que en Goya fermenta lo mejor del arte contemporáneo, por lo que el Reina Sofía no es un mal lugar. No, no lo es. La discrepancia es más instintiva que razonada. Uno se inquieta cada vez que se habla de tocar al Prado.

Hay unos cuantos espacios en el mundo en los que te sientes radicalmente conservador. En los paisajes salvajes, en los museos y en los camposantos. Son esos lugares en los que piensas que lo mejor sería no tocarlos o hacerlo lo menos posible. Y el Museo del Prado es el mejor hábitat del mundo. Si se pudiese elegir una forma de transmigración, a uno le gustaría reencarnarse en bedel del Prado. Y de estar cerca de la sala donde conviven Patinir, El Bosco, Brueghel y Fra Angelico, pues cualquier forma, visible o microscópica, animal o vegetal, sería buena.

Ahora que lo pienso, lo de trasladar a Goya al XXI es muy procedente. Anda por ahí en cine la historia de Benjamin Button, el hombre que nació anciano y cuya vida es un viaje de la vejez hacia la infancia. Mientras Goya, por su transmodernidad, va hacia el siglo XXI, nosotros nos vamos instalando en el XIX.

Eso, con un poco de suerte. La Iglesia, con el cepillo saneado por el pecaminoso Estado laico, retorna y se instala jubilosa en los tiempos del arzobispo Vélez y su teología del preservativo.

Aquellos banqueros que deberían capitanear la calma se entregan a la producción de miedo, en una escalada metafórica que va de la "emergencia nacional" a la "escalera de incendios", y compiten con los predicadores y políticos más patrióticos muy entusiasmados con la profecía de la ruina de la patria, si es en seis meses mejor que en un año. Estamos en el XIX, pero con televisor. A disfrutarlo.

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