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Columna
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La soledad

Estamos solos. Los usuarios del Estado estamos solos. La Iglesia lo sabe y ataca. La Iglesia jamás ha excomulgado a un violador (tampoco a ninguno de sus pederastas), pero se ceba en una niña violada. ¿Por qué no una publicidad en la que aparezca la niña violada y excomulgada (dos veces violada, cabría decir) junto a su agresor? ¿Y los derechos de ella? Cuando la gente se queda sola, las sectas avanzan, las hermandades crecen, la oscuridad progresa. Las sectas miden al milímetro cada uno de sus movimientos. Saben cuándo atacar y cuándo retirarse. Y aunque no son demócratas, se aprovechan de la democracia. Por eso la Iglesia no había hecho hasta ahora ninguna campaña contra el aborto. En cuanto a la derecha, si se encuentra tan crecida pese a su podredumbre, es porque sabe que estamos solos. Trillo, el del Yak 42, se crece porque estamos solos. Camps, el de los trajes a medida, se crece porque estamos solos. Esperanza Aguirre, la de la novela de espías, se crece porque estamos solos.

La soledad se nota en esas cenas de amigos en las que cada uno pregunta al de al lado si sabe algo sobre el final de la crisis. Está el Apocalipsis de Krugman. Está el Apocalipsis de Francisco González. Está la versión del jefe de la Reserva Federal norteamericana, que ahora no caigo cómo se llama. Está la del ministro de Finanzas alemán, cuyo nombre tampoco me viene a la memoria. Está la del director de una sucursal bancaria que ha acudido a la cena. Está la de un historiador en paro. La de los obispos creo que no está (no les preocupa, al contrario, les viene bien). Tampoco la de Rajoy ni la de Montoro, que predican generalidades. En cuanto al Gobierno, transmite la impresión de no tener ni idea. Solbes quiere irse y el resto del Gabinete ni está ni se le espera. Lo dicho, estamos más solos que la una. ¡Cuidado con las sectas!

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