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Columna
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Pactar el Gaiás

En el nuevo paisaje urbano de Compostela, la arquitectura que emerge en el misterioso eje este-oeste -el Pico Sacro, la Cidade da Cultura, las torres de la catedral dominando la zona histórica y el monte Pedroso- sorprende con un efecto de hitos que brillan bajo la reverberación del poniente. Es una perspectiva singularmente bella.

Los avatares de la Cidade da Cultura conforman el relato del desencuentro entre un Gobierno del PP que la acomete sin el deseable consenso y un Gobierno bipartito que la pone en compás de espera, abre un período de consultas y, sin perjuicio del desgaste que supuso la comisión de investigación, introduce orden económico y organizativo en los programas. Solo dos referencias cronológicas: la primera piedra se puso a comienzos de 2001; el bipartito llegó al Gobierno en agosto de 2005. Los edificios de la biblioteca y el archivo entrarán en servicio en 2009; el año próximo lo harán, según las previsiones, el Museo de Historia de Galicia y el Centro de Interpretación del Patrimonio.

El área histórica puede quedar reducida a una condición iconográfica, turística, simbólica

En la campaña electoral el tema se mantuvo prácticamente al margen del debate, de lo que se deduce cierto nivel de anuencia: el PP no debe de haber cambiado de opinión respecto a un proyecto que inició, aunque quizá no suscriba al cien por ciento el nuevo programa; el bipartito, que asumió y llevó adelante el desafío, debe de mantener su apoyo. Parece adecuada la fórmula de gestión mediante dos entes, la Fundación pública Cidade da Cultura, propietaria del complejo y con sus propios costes de mantenimiento, y la Fundación mixta Gaiás, con sus costes diferenciados, que desarrollará el plan director de la obra pendiente y gestionará las "actividades transversales": derechos de marca e imagen, usos comerciales... Según se ha comentado, es posible que el futuro Gobierno retoque el sistema de mayorías en esta sociedad.

Así las cosas, se suscitan algunos problemas que habrán de abordarse con acuerdos entre fuerzas parlamentarias, instituciones, sociedad civil y agentes culturales. Uno de ellos es la implicación local. Da la sensación de que la ciudad y la universidad compostelanas, que arrancaron con brío en su momento, han perdido el ímpetu inicial; es una lástima, porque pueden jugar un papel fundamental en las relaciones con las otras ciudades y universidades. Desde fuera se ve el proyecto con suspicacia, y el cambio de actitud no vendrá tanto por el papel de las fundaciones como por la asunción, la implicación, el disfrute y, en su caso, la descentralización de los programas y propuestas que se puedan compartir y difundir en el sistema urbano, académico y cultural gallego.

En lo relativo a la proyección internacional, en el bipartito coexistían posturas divergentes: la visión más abierta a las influencias externas y la que proponía reducir el complejo al papel de plataforma de Galicia para el mundo. Las dos pueden ser compatibles porque, evidentemente, el Gaiás tiene que abrir caminos a nuestra capacidad creativa y, al mismo tiempo, debe abrir ventanas para que entre el aire de la cultura del mundo.

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Pero hay otro asunto de alcance local, y no menos importante: la cuestión de la cooperación y competencia entre la ciudad culta, la histórica, y la ciudad de la cultura. Si el proyecto pretende absorber buena parte de los equipamientos e infraestructuras que con tanto esfuerzo, y creo que con acierto, se fueron situando de forma descentralizada en el contorno del casco urbano (auditorio, orquesta, museos, bibliotecas...), conjugando pasado y modernidad, se corre el riesgo de que la competencia de la Cidade da Cultura reduzca el área histórica a una condición iconográfica, turística, simbólica, confesional, de consumo. Es significativo que el presidente de la Fundación Gaiás, Juan Manuel Urgoiti, bautice el complejo como "el casco histórico del siglo XXI"; es decir, si me permiten una interpretación, la ciudad histórica es sólo pasado.

La historia del Gaiás es una cadena con eslabones sueltos. Del Gobierno de Fraga surgió la idea y echó a andar; el Gobierno de Emilio Pérez Touriño, con Ánxela Bugallo como protagonista, logró ponerle números reales y establecer las fórmulas de gestión. A Núñez Feijóo le corresponde inaugurarla y asentar un consenso para que tanto esfuerzo y tanta inversión empiecen a dar frutos. Espero que se logre enlazar la cadena.

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