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Columna
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El olvido del sector exterior

José Luis Leal

Hace unos días se publicaron los resultados de la balanza de pagos correspondientes al conjunto del pasado año. Pasaron prácticamente desapercibidos a pesar de su importancia para interpretar la situación de nuestra economía y sus perspectivas de futuro. Puede decirse que ya es una tradición, al revés de lo que sucede en la mayoría de los países avanzados, donde las cuentas con el exterior son objeto de una atención permanente.

El año se cerró con un déficit de nuestra balanza por cuenta corriente de 105.000 millones de euros, mil millones menos que en 2007, y que corresponden a un 9,6% del PIB. Este déficit es, con mucha diferencia, el más importante de los países avanzados, grandes y medianos, y su financiación se encuentra en la raíz de los problemas de liquidez por las que atraviesa nuestro sistema financiero. Tras felicitarnos por su ligera reducción hemos de preguntarnos si es suficiente y si va a seguir reduciéndose. Para ello es necesario adentrase en su composición.

Sólo queda abierto, en las circunstancias presentes, el camino de la mejora de la productividad

La balanza comercial cerró con un déficit de 85.000 millones de euros, 5.000 menos que en 2007. Es una mejora que hay que atribuir, en primer lugar, al estancamiento de la demanda nacional que provocó, por primera vez en muchos años, una caída del volumen de importaciones y, en parte también, al aumento de casi el 2% de las exportaciones en volumen a pesar de la crisis, lo que implica un aumento de cuotas de mercado. Los ingresos por turismo permanecieron estancados, con una aportación de 28.000 millones de euros pero, por primera vez en nuestra historia, el déficit de la balanza de rentas superó con creces la aportación del turismo. Se trata, en este caso, de una consecuencia directa del endeudamiento de nuestro país ocasionado, en buena medida, por la necesidad de financiar cada año el déficit de la balanza por cuenta corriente. Por último, el déficit de la balanza de transferencias continuó deteriorándose como consecuencia del aumento de las remesas de los inmigrantes, pasando de 7.000 a 9.000 millones de euros.

En el lado positivo hay que contabilizar los más de 5.000 millones de euros de transferencias de capital de la Unión Europea que poco a poco irán reduciéndose por tratarse, en su mayor parte, de transferencias de fondos estructurales a los países de la Unión para facilitar su convergencia. Por su parte, las inversiones directas del exterior en España superaron en 5.000 millones a las de España en el exterior, mientras que con las de cartera sucedió lo contrario. Para financiar el déficit hubo que acudir a los mercados financieros (67.000 millones netos) y a reducir los activos del Banco de España frente al Eurosistema.

Estas cuentas, muy resumidas, ponen el dedo en la llaga de uno de nuestros principales problemas, que no es otro que el de la escasa competitividad de nuestra economía. Hay varios caminos para mejorarla. Uno, el tradicional, consiste en devaluar la moneda para restablecer la competitividad de bienes y servicios, pero esta senda nos está vedada por pertenecer a la zona del euro.

Otro camino sería el de la reducción generalizada de rentas nominales, es decir, salarios y beneficios pero, además de ser unánimemente rechazada, con razón, por los agentes sociales, sería peligrosa pues implicaría el abandono de la economía de mercado y acrecentaría el peligro de deflación. Sólo queda abierto, en las circunstancias presentes, el camino de la mejora de la productividad, que es la que determina, a largo plazo, el nivel de vida de la población. Pero este camino implica enfrentarse con las reformas que requieren los graves desequilibrios de nuestra economía, algo de lo que se habló mucho en 2004, tras el cambio de mayoría, pero que luego cayó en el olvido.

Habrá que volver, sin embargo, a hablar de ello pues la situación de nuestra balanza por cuenta corriente es insostenible a largo plazo. El que el coste de la financiación de la deuda exterior supere los ingresos por turismo nos da una idea de la magnitud del problema que debemos resolver. A menos de desarrollar fuertemente nuestras exportaciones de bienes y servicios no será posible mantener tasas de crecimiento superiores a las de la eurozona y, como consecuencia, la convergencia de nuestro nivel de vida hacia los de los países más avanzados se detendrá o, incluso, retrocederá. Esto es lo que está en juego y esto es lo que nos dicen las cuentas con el exterior.

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