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CENIZAS DE FÚTBOL | Internacional
Columna
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Autobuses, primas y sobornos

Enric González

El Mundial de 1974, en Alemania, fue el único en el que participó Cruyff. Eso debería bastar para hacerlo memorable. Se vieron además algunos momentos de gran fútbol, protagonizados por Holanda y Polonia, y se asistió al declive del Brasil post-Pelé. Lo más extraordinario, sin embargo, fue lo que ocurrió al margen del balón.

La angustia de los jugadores zaireños, por ejemplo. Zaire (hoy Congo) fue, en 1974, la primera selección subsahariana que alcanzaba la fase final del máximo torneo futbolístico. Los leopardos emprendieron viaje hacia Alemania con una advertencia de su presidente, el delirante dictador Mobutu Sese Seko: "Si pierden, no vuelvan". Lo recordaron, sin duda, cuando Yugoslavia les dejó 9-0. Ya consumada su eliminación, intentaron poner en práctica un plan desesperado: subieron al autocar que les prestaba la organización e intentaron huir hacia cualquier sitio, menos su propio país. Según algunas versiones, el plan consistía en volver a Zaire por carretera y aplacar la ira de Mobutu regalándole el vehículo. La cosa no funcionó. La policía alemana les detuvo en la frontera y les obligó a devolver el autocar. Volvieron a Kinshasa y, como temían, sufrieron represalias y alguna paliza policial.

En el Mundial de 1974 lo más extraordinario sucedió, al margen del balón, con Zaire, Polonia y Yugoslavia

Lo de Polonia, mucho menos trágico, también resultó curioso. Los polacos desarrollaron un fútbol rápido y vistoso y tal vez, si hubieran disputado la semifinal contra Alemania sobre un césped normal y no sobre el inundado estadio de Francfort, habrían hecho historia. Aquel día aún no se sabía que Gadocha, el extremo izquierdo, era un hombre rico. Un intermediario le había entregado un soborno que debía repartir entre los principales jugadores de la selección para que se dejaran ganar. Gadocha no dijo nada, se guardó el dinero y después del Mundial fichó por un equipo francés. Sus compañeros no le olvidan.

Y ocurrió lo de Yugoslavia. Desde un punto de vista futbolístico fue lo más terrible porque las inquinas nacionalistas impidieron que un equipo formidable explotara al máximo su talento. Disponían de un centrocampista sensacional, el esloveno Brane Oblak, y de un genial extremo zurdo, el serbio Dragan Djazic. Las cosas se desarrollaron bien durante la primera fase porque los futbolistas se comprometieron a mantenerse unidos en la lucha por un objetivo común: la prima que les había prometido el mariscal Tito.

El plan se torció tras la brillante clasificación para la segunda fase. Un grupo de jugadores, entre ellos Djazic, reclamó que se les anticipara una parte de la prima. Querían aprovechar su estancia en Alemania para ir de compras. El presidente de Yugoslavia hizo entonces una cosa bastante idiota: viajó a Alemania, se reunió con los futbolistas, les lanzó una arenga sobre la gloria y el triunfo y les pagó todo el dinero prometido. Ese mismo día comenzó el desastre. Ya nadie se preocupó de otra cosa que de gastar, preferiblemente en compañía de señoritas. También quedó olvidado el pacto de unidad. Serbios y croatas dejaron de hablarse. Oblak, esloveno, lo resumió años más tarde con una frase: "El dinero fue nuestra ruina".

Gorgon canta el gol, de Lato, del triunfo de Polonia sobre Yugoslavia en el Mundial de 1974.
Gorgon canta el gol, de Lato, del triunfo de Polonia sobre Yugoslavia en el Mundial de 1974.AP

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