La partida
Quién no tendrá un amigo que no disfrute embarullando las cartas para hacer imposible la partida. En la confusión parece que gana, porque usa armas que los otros no se atreven a tocar. Los otros creen que están jugando, y el que embarulla las cartas les dice: "¿No lo ves? Así no se puede jugar". Y se va con dignidad del garito.
Con esto de la Comisión de Investigación sobre el Espionaje ha pasado lo mismo. Fue el instrumento que usó el Gobierno de la Comunidad de Madrid para embarullar las cartas; llevaron el asunto al Parlamento, para averiguar, y cuando ya se pusieron a averiguar se dieron cuenta de que era mejor terminar la partida.
Y han querido ganar sin que se les vean las trampas. Han hecho algo que no sé si tendrá antecedentes en el lejano Oeste, pero lo han hecho pasar como si fuera de este mundo. La perplejidad de la población es grande, pero en medio de la confusión sólo se atreven algunos a ponerla de manifiesto.
En primer lugar, en cualquier investigación, incluso escolar, lo lógico sería preguntar a los que han sufrido las irregularidades que averiguan. Y ahí estaban el ex consejero Prada, el ex presidente de Telemadrid Renedo y el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, entre otros supuestamente espiados, que no pudieron ir a declarar sobre algo que les afectaba: ellos fueron los (supuestamente) espiados.
¿Y por qué no los llamaron? Para embarullar las cartas. Pero tenían que hacer algo más. Y no fue sutil. Rebuscaron en las informaciones algún elemento que les ayudara a dejar la mesa como un solar; encontraron unas agendas paralelas, las filtraron al medio adicto, y desde ahí organizaron la tercera parte del embarullamiento. Mientras tanto, los espiados decían: "Oiga, que a mí me han espiado".
Qué más daba. Ya la mesa estaba embarullada, y ante ella se sentó el miércoles el consejero Granados, asistido desde la mesa de los gritos por David Pérez. Había que darle carpetazo al asunto de los espías porque no hubo espiados. Claro, no hubo espiados porque para que la mesa estuviera revuelta se necesitaba ese pequeño detalle: que no estuvieran.
Para ese desenlace que parecía diseñado por Maquiavelo vestido de Edward G. Robinson con tirantes podían haber mantenido como presidente de la CIE a Martín Vasco. Total, él sólo tuvo que dimitir por algo que también dijeron que no había existido. A ver cómo embarullan la mesa también para hacer desaparecer del diccionario la palabra Gürtel.
jcruz@elpais.es
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