Divertirse seriamente
En Kioto participé junto a una parte de mi equipo en una peculiar ceremonia del té, más informal, relajada y divertida que el rito habitual alrededor del té matcha batido. Nos condujeron a una sala donde colgaba un poema que había que descifrar para conocer el argumento del ritual. El tema era "viajar" y debíamos concentrarnos en los aspectos asociados al viaje: la luz, la temperatura del aire, los olores, las emociones que se gestan durante una travesía. En una segunda sala el maestro preparó infusiones con diferentes aromas y sabores que nos ofrecía en pequeños sorbos para utilizarlos como materia de reflexión. En una tercera estancia comimos y meditamos contemplando un tapiz que mostraba un paisaje de montaña. Finalmente, en la cuarta habitación se volvía a servir té con unas golosinas. Y daba igual que la comida se nos cayese de los palillos; lo importante era crear un clima de satisfacción que ayudaba a construir la experiencia.
Aquellas ideas enlazaban con los conceptos de nuestra cocina en Mugaritz e intuyo que la de otros restaurantes del mundo. En nuestro menú hay un texto que dice: "El enunciado de los platos no solamente muestra aquello que hay, sino también aquello que nos gustaría que hubiese". La alta cocina tiene algo de juego, puede llegar a producir en muchas personas emociones contrapuestas. Y es un alivio encontrar tradiciones que promulgan y difunden el juego como estrategia de enseñanza. En algo tan serio como una ceremonia del té que se practica desde hace 300 años la propuesta es más importante que el hecho.
Estamos contaminados culturalmente por pensamientos del tipo "con la comida no se juega" o "lo serio no puede ser divertido", pero el juego, la diversión, pueden ser un instrumento más para inducir a la reflexión, quizás el camino más fácil y rápido para alcanzar nuevas ideas.
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