Tristeza
Mi dentista de Roma tenía enmarcada en la consulta una frase de Flaubert: "Cuidado con la tristeza, es un vicio". Algo muy parecido podría decirse de la estupidez. Hay que tener ojo con ella, porque envicia.
Habrán leído sobre la muerte, el sábado, de Tullio Pinelli, el principal colaborador literario (sería reductivo decir "guionista") de Federico Fellini. Pinelli poseía una característica peculiar: escribía unas tragedias divertidísimas.
Todos los textos de Pinelli eran esencialmente sombríos. Hurguen, si quieren, en sus películas con Fellini, y acabarán encontrando una amargura onírica. Su impronta resulta aún más clara en Amici miei (traducida en castellano como Habitación para cuatro), una de las obras maestras del gran Mario Monicelli.
Amici miei podría ser una comedieta ligera, una de aquellas sátiras sociales mezcladas con astracán que la crítica biempensante de los setenta, entusiasmada con el cine "serio" de Bertolucci y los infumables experimentos de Pasolini, solía meter en el cajón de las frivolidades. Pero Amici miei, formalmente comedia, e hilarante, por cierto, era también una espléndida lección sobre la vida, la soledad y el fracaso.
Conclusión: es posible hacer algo divertido sobre la reflexión más amarga (aquí tenemos ejemplos como El verdugo), a condición de que el artista y el espectador no desconecten el cerebro.
Por supuesto, también es posible hacer algo entretenido a partir de la más estricta gansada. En ese caso, la condición sine qua non consiste en mantener la actividad cerebral en el mínimo nivel posible, sólo un grado por encima del coma. Eso lo sabe cualquiera que haya visto Águila Roja, la ficción de pícaros, ninjas y acróbatas que TVE emite los jueves con gran éxito de audiencia. No me parece anormal que, con lo que está cayendo, la gente quiera desconectar por la noche. Recuerden que un poco de estupidez es inofensiva; en dosis frecuentes, sin embargo, acaba convirtiéndose en vicio.
(Un recordatorio: esta tarde, en la Asociación de la Prensa de Madrid, se rinde homenaje al periodista Ricardo Ortega; murió en Haití hace cinco años y tres días, tiroteado por alguien que, a día de hoy, sigue sin ser identificado).
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