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Cosa de dos
Columna
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Elecciones

Carlos Boyero

Dicen que se han celebrado elecciones en Galicia y en el País Vasco, actividad muy trascendente que consiste en depositar un papelito en una urna para decidir la identidad de los que van a gobernar tu existencia durante cuatro años. Hablan de la importancia histórica para la colectividad de ese gesto ritual y que legitima la democracia, sistema político al que los sabios, los cínicos y los humanistas definen como el menos malo de todos los que se han inventado. Y podrías entender el fervor de algunos votantes si alimentan su cuerpo y su espíritu con esa sacrificada profesión que administra la siempre golosa cosa pública, o si te han prometido que en caso de victoria colocarán a los tuyos en algún curre institucional. También puedes permitirte el lujo de apasionarte por el desenlace de la batalla entre los tuyos y los suyos si eres funcionario público y te sabes acorazado de por vida ante esa tortura intolerablemente real llamada paro. O si eres sindicalista (sí, esos, la conciencia de los parias, los insobornables defensores de la clase obrera) con nómina intocable e invulnerables al despido. Y, cómo no, es probable que los tiburones ancestrales hagan mejores bisnes con sus colegas de siempre en los prósperos destinos de la patria o con los nuevos ricos de la política, pero sospecho que siempre les da un ataque de risa ante eso tan enfático y superfluo de las ideologías enfrentadas cuando hay que hablar de la sagrada pasta con los incorruptos elegidos del pueblo.

Pero no entiendo cómo las elecciones alteran el ánimo del que ya está lampando, al que se le ha acabado el subsidio, al que agota sus ahorros, al que sabe que el expediente de regulación de empleo (qué eufemismo tan desvergonzado) no sólo le va a despojar de lo poco que tenía, sino que va a hacerle sentir como una mierda, que siempre hay un monstruo llamado depresión acechando a los que están perdidos.

"Todo el mundo sabe que se acerca la peste, que el barco se está hundiendo, que el capitán mintió", avisaba Leonard Cohen. Los ladrones seguirán libres y felices, son abstractos y escandalosamente ricos. Son el Sistema. Y los políticos sus perros guardianes.

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