Subvenciones

No estoy de acuerdo con las empresas privadas de televisión. Pero estoy muy de acuerdo con las empresas privadas de televisión. Creo que reúno por fin las condiciones necesarias para trabajar como tertuliano en La noria. En La 7ª silla, por desgracia, ya no: el programa de multidebates ha durado sólo una emisión.
Acuerdo y desacuerdo, decíamos. Me parece de mal gusto que las televisiones privadas, cuya licencia para emitir ha sido durante años como una autorización para fabricar dinero, se quejen tanto por verse obligadas a invertir el 5% de sus ingresos brutos en producción cinematográfica. Ese gasto estaba incluido en los contratos que firmaron. Estoy, por tanto, en desacuerdo con el recurso que acaba de tumbarles el Tribunal de Justicia Europeo. Otra cosa es que esté de acuerdo con su posición de principio. Creo que el Estado no debe limitarse a vigilar las fronteras, a imponer el orden público y a mantener el valor de la moneda, como establece el ultraliberalismo más purista. Creo que tiene muchas otras obligaciones, incluso en el ámbito cultural: la preservación del patrimonio histórico y artístico, por ejemplo. Pero no me parece que al Estado le corresponda el papel de mecenas cultural. Ni en cine, ni en nada.
Como la producción cinematográfica impuesta a las televisiones privadas constituye una subvención indirecta, no me gusta. Aún me gusta menos, sin embargo, la gente que acepta una concesión estatal con todas sus condiciones, y luego intenta incumplir el contrato, alegando que era joven y no sabía lo que hacía.
El mismo argumento vale para las quejas de las privadas contra la existencia de una televisión pública financiada en gran medida por la publicidad. Preciso que soy partidario de una televisión pública, aunque prefiero modelos de financiación como el británico (impuesto sobre los poseedores de televisor) o, en un mundo ideal, como el estadounidense (aportaciones voluntarias del público).
También estoy en contra de que el Estado financie, aunque sea con ayudas temporales, a la banca o a los fabricantes de automóviles. O a la prensa, ya puestos.
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