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Columna
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Deriva valenciana

El resultado de los comicios celebrados en Galicia y en el País Vasco admite también alguna que otra lectura en clave valenciana. A pesar de la distancia, el doble vuelco electoral va a tener no pocos efectos colaterales en la política valenciana. El primero de ellos es la repercusión aquí del reforzamiento del liderazgo de Mariano Rajoy, tan cuestionado en los últimos meses.

Hace unos años, Esperanza Aguirre, Francisco Camps y Jaume Matas se inventaron, para mayor gloria propia, el llamado eje de la prosperidad que uniría a las tres comunidades entonces gobernadas por el PP. En 2007 Matas perdía las elecciones y al poco tiempo los juzgados de Baleares descubrieron numerosos indicios de delito en su Administración. El dichoso eje quedaba limitado al tándem Madrid-Valencia. La derrota de Rajoy en 2008 sacó a la luz las ambiciones internas. Hasta hace apenas un mes, la partida de la sucesión parecía abierta y entre los jugadores con mejores bazas se contaban Aguirre y Camps. Ahora, con los escándalos judiciales en Madrid y Valencia encima de la mesa, sus cartas ya no ligan. Además, tras el triunfo de Rajoy en Galicia, en el que dicho sea de paso Camps y Aguirre no han colaborado, cualquier timba sucesoria se aplaza, como mínimo, hasta después de las elecciones europeas.

Y es que desde el domingo, el punto de referencia nacional del PP vuelve a ser Galicia. La democracia española tiene una increíble capacidad de devorar generaciones de líderes. Por eso la juventud de un político suele ser un valor en alza. En pocos meses Camps ha dejado de ser un líder emergente para ser un político en caída libre, como el Valencia CF. El triunfo de Alberto Núñez Feijóo, que es más o menos de la edad de Camps, llega en el momento más complicado de la vida política del presidente valenciano. Núñez Feijóo es un político forjado a la sombra de Mariano Rajoy. Es el barón que ha reconquistado el feudo de mayor solera de la derecha española. Su victoria no solo consolida a Rajoy, sino que, llegado el caso, le convierte en un elemento clave en cualquier sucesión pactada, en cualquier retirada ordenada y digna. Entre otras cosas porque Núñez Feijóo, aunque solo sea porque es nuevo, puede aparecer con las manos limpias.

Mientras Galicia y Euskadi cambian de rumbo, el PP valenciano va a la deriva. Ayer, el vicepresidente del Consell, Vicente Rambla volvía a negarse a hacer público el contrato de la Volvo Ocean Race. Así, el patrocinio de la vuelta al mundo a vela, teóricamente destinado a la promoción de la Comunidad Valenciana, se convertía en demostración del oscurantismo de su Gobierno. Y es que, como decía el clásico, cualquier viento es desfavorable cuando no se sabe adónde se va.

Camps parece desaparecido, ocupado como está en hablar con un teléfono que siempre está, como en el bolero que cantaba Olga Guillot, "comunicando, comunicando, comunicando". En las alturas de Telefónica hay uno que está muerto de la risa y probablemente para celebrarlo se haya encargado su enésimo traje en Londres.

Paralelamente al declive de Camps emerge la figura de Esteban González Pons. La semana pasada, Garzón, en un gesto sin precedentes en los medios judiciales, difundía una nota de prensa para desmentir que estuviera siendo investigado en la trama de corrupción de Correa y El Bigotes. El domingo, González Pons tuvo un gran protagonismo mediático como portavoz del PP. Es solo un dato.

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