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OPINIÓN
Columna
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Estética y Trillo

Juan Cruz

Federico Trillo me trae siempre a la memoria a George Clooney, el actor. Pero la razón es tan banal que me resisto a contarla de inmediato.

Antes quiero hablar de estética, que es de lo que se habla cuando no se sabe qué hacer con la ética.

El asunto es que ha sido Trillo el elegido por el PP (con razón, porque es el portavoz de Justicia) para hablar de la estética de esa reunión cinegética del (ahora ex) ministro Bermejo y el juez Garzón.

Tanto ha hablado del tema que su partido terminó poniéndole una querella al juez. Por impresentable. Si Garzón se hubiera cruzado con Bermejo en una boda, llevando ambos un puro en ristre, la cosa no hubiera pasado a mayores. Pero estaban cazando.

Trillo hubiera sido un buen comentarista de la prensa. Su querella contra Garzón es como un corta -y- pega de la prensa;yo me la leí entera y era como si estuviera leyendo uno de esos press-clippings que sustituyen la lectura de los periódicos. Los que hayan analizado esa retahíla habrán dicho, en el Tribunal Supremo: "¡Pero si esto lo hemos leído ya!".

Mientras ese corte -y- pega periodístico se iba haciendo, había hechos que, al menos desde el punto de vista estético, deberían haber llamado la atención del ex ministro de Defensa del Gobierno popular. Por ejemplo, el caso Fabra. El mismo día en que se presentaba la querella, la prensa atraía a la atención popular (quizá no a la atención popular) lo que dijo Fabra en su feudo sobre el voto agradecido (es decir, comprado). Estéticamente (y éticamente, quizá) lo que decía con su propia voz era reprobable, pero eso no aparece en los recortes estéticos de Trillo.

Tampoco aparece en el corte -y- pega lo que ha venido diciendo la prensa (toda la prensa: cada vez que no quiere leer algo, el PP dice que sólo lo ha publicado EL PAÍS) de la trama supuestamente corrupta que ha navegado en la misma popa que el partido de Trillo. Si esos recortes figuraran ahí se sabría que el malvado Garzón no ha sido el arquitecto de este caso, sino una estructura policial-judicial alentada a cumplir el deber de tramitar denuncias.

En fin, la estética. Ah, lo de Clooney. Un día me encontré a Trillo en el aeropuerto de Bilbao. Me acerqué a él, con la intención de saludarle, y creyó que el anónimo personaje que le extendía la mano quería un autógrafo. Y me dijo: "Perdóneme, estoy sin bolígrafo". Como en el anuncio de Clooney con la chica que sólo quería café, Trillo se sentía carne de autógrafo. -

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