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UN ASUNTO MARGINAL
Columna
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Un relato que cambió el mundo

Enric González

Construir un relato no es nada fácil, aunque se trate de contar algo realmente acontecido y dispongamos de datos fiables. Incluso si el narrador ha sido testigo ocular de lo que cuenta, necesita atar cabos sueltos, explicar detalles dudosos y, sobre todo, fabricar una coherencia que no existe en la vida real. Y, por supuesto, ha de tener el valor y la lucidez necesarios para aceptar su propia subjetividad. Las historias crecen y se transforman cada vez que se cuentan o se escriben, pero el texto original, el primero, posee una luz característica: la luz de la creación.

Por eso me parece admirable el relato que generalmente atribuimos a alguien llamado Marcos, de quien sólo conocemos lo que escribió. No hablo del evangelio de Marcos como creyente, porque no lo soy, sino como devoto admirador de su breve obra literaria. Otros dos evangelios posteriores, atribuidos a Mateo y Lucas, son denominados sinópticos porque utilizan el texto de Marcos como base y añaden declaraciones del protagonista, Jesús, quizá procedentes de un documento que desconocemos y que los especialistas llaman Q por quelle, fuente en alemán. El cuarto evangelio, atribuido a Juan, exhibe un gran estilo, pero no es un relato, sino otra cosa más relacionada con la teología.

Según muchos estudiosos, el relato de Marcos fue escrito después de la revuelta judía contra Roma (66-70)

Salvo entre quienes, por pura fe, prefieren creer que el autor del evangelio de Juan fue uno de los discípulos, "el predilecto", o incluso que todos los evangelios fueron escritos por miembros del grupo de colaboradores del oscuro profeta judío que no aparece en ningún texto histórico (la mención en Josefo resulta dudosa), existe un consenso casi universal acerca de que ninguno de los redactores de los cuatro relatos canónicos conoció a la persona de la que hablaban.

Según una teoría del siglo II, Marcos fue en realidad un tal Juan Marcos, intérprete del apóstol Pedro, y redactó su trabajo en Roma, inmediatamente después de las persecuciones de Nerón. La mayoría de los estudiosos, empezando por el que considero más solvente, John P. Meier, sacerdote católico, profesor en la Universidad de Notre-Dame (Indiana) y autor de Un judío marginal, formidable obra en cuatro tomos, opinan por el contrario que el relato de Marcos fue escrito en Palestina o sus alrededores, en un ambiente rural e inmediatamente después de la revuelta judía contra Roma (66-70) que supuso la destrucción de Jerusalén y su templo. El hombre que llamamos Marcos muestra claramente la intención de consolar a su audiencia tras un desastre, y promete que los buenos tiempos están a la vuelta de la esquina.

Recomiendo la lectura del relato de Marcos porque, aunque estilísticamente tosca, es dinámica, abunda en intriga y misterios, contiene presencias diabólicas y exorcismos, y concluye de forma desconcertante. En realidad, no sabemos cómo termina. En la versión que consideramos original (en la canónica del catolicismo hay unos párrafos añadidos), "María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé", sin que la madre del difunto sea específicamente citada, acuden a la tumba de Jesús y la encuentran vacía. Un joven desconocido les dice que el muerto ha resucitado. Las tres mujeres se espantan y se largan, sin decir nada a nadie. Así acaba, con un secreto compartido por tres mujeres. Pocos best sellers de la actualidad cuentan con material tan atractivo.

El llamado Marcos creó una historia (desconocemos los hechos reales, sólo sabemos lo que él nos cuenta) sobre la que se construyó gran parte de la cultura occidental. Si se toman la molestia de leerla, comprobarán que es ajena a elementos esenciales de la teología cristiana: el protagonista, Jesús, redime con su vida, no con su muerte; muere quejándose, sin gestos heroicos ni perdones; en alguna ocasión recomienda a sus seguidores que recen para evitar suplicios y martirios. Entre los evangelios, es el único que habla de alguien que parece un hombre real y de su tiempo.

El mismo John P. Meier, especializado en Mateo, reconoce que en Marcos vibra un extraño "aliento de verdad". Y eso es lo máximo a lo que puede aspirar alguien que escribe. -

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