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Copa del Rey de baloncesto
Columna
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El jugador dinamita

Hace unos años se hizo famosa una frase pronunciada como entrada de un informativo en un programa de humor, en el que el presentador comenzaba diciendo: "Hola, soy fulanito de tal y usted no". Pues eso. El Barça tiene a Navarro y el resto no. Por lo que parte con ventaja, sobre todo en partidos que no permiten segundas oportunidades. Al filo de la navaja es donde mejor se siente el azulgrana y por enésima vez lo volvió a demostrar ayer, confirmando, entre otras cosas, que eso de machacar al Madrid le resulta de una atracción irresistible. Su actuación fue explosiva, determinante, hasta el punto que hubo dos partidos en uno. Cuando estaba en la pista, dominado con claridad por el Barça, y cuando se ausentaba por los motivos que fuesen, que el Madrid intentaba aprovechar consciente de otra circunstancia: con Navarro los azulgrana jugaban con orden, sentido y referencia; sin él les entraba demasiado el tembleque.

Meter puntos es un oficio complicado y mucho más desde que el desarrollo físico de los jugadores ha convertido las defensas en murallas de músculos. Aunque para el marcador le suponga lo mismo una canasta que otra, ni todas tienen el mismo valor ni influyen de igual modo en el partido. Se pueden meter 25 puntos intrascendentes y, en cambio, 15 definitivos. Ayer, Bullock y Navarro rivalizaron como dos cracks que son. Parecía imposible que pudiesen superar todos los obstáculos desde su limitado físico. Les costaba recibir el balón, pero, ay, amigo, cuando lo tenían en la mano, el poder cambiaba de lado y era una delicia ver su arsenal de cambios de dirección, fintas, tiros o entradas. Fue un duelo magnífico, pero, mientras los 22 puntos del finísimo madridista fueron de supervivencia (con ellos aguantó como pudo el Madrid su inferioridad), los 28 de Navarro causaron un auténtico destrozo matemático y sobre todo psicológico. Lo que lleva a La Bomba a otro terreno donde también resulta incomparable. Es un jugador dinamita, de ésos que cuando coge la onda no se limita a aumentar el casillero de puntos, sino que con cada trallazo se lleva por delante buena parte de la moral del contrario. Aunque sea el Madrid, admirable una vez más por su capacidad de no dar el partido por perdido e insistir en discutir la clara superioridad del Barça. Pero quizás el número de remontadas por mes ya estaba totalmente cubierto, por no decir que un encuentro más la segunda unidad no ayudó ni lo más mínimo. Con la profundidad y variables del Barça, era dar demasiada ventaja.

En esta época tan NBA que vivimos en el baloncesto español, resulta una bendición que Navarro sea de otra pasta. Satisfecha su curiosidad la temporada pasada, se volvió a Barcelona buscando recuperar su vida, su ciudad, sus amistades y, deportivamente hablando, su jerarquía. Cuando te acostumbras a tener siempre contacto con el balón, caer en un equipo como los Grizzlies, una banda de chupones sin sentido, tiene que ser muy duro. Cuando tu entrenador, Xavi Pascual, dice que no hay nadie como tú para jugarse el último tiro, no hay muchas razones para añorar cuando un Iavaroni cualquiera de la NBA te tiene como quinta opción. Navarro ha vuelto por donde solía, arropado e importante, y corresponde con actuaciones majestuosas.

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