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Columna
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Ni ángeles ni demonios, sólo banqueros

Antón Costas

¿Debe el Gobierno obligar a la banca a dar crédito? ¿Tiene medios eficaces para hacerlo? Si no es así, ¿hay alguna forma, que no sea el crédito bancario, de aumentar la capacidad de endeudamiento de empresas y familias solventes, que no tienen problemas para devolver esos créditos? Antes de responder a estas cuestiones déjenme que describa el escenario del que surgen.

Los banqueros se han transformado en algo parecido a demonios a los ojos de muchos ciudadanos. Tres percepciones son la causa de este malestar.

La primera es que las patronales, cámaras de comercio, sindicatos y familias entienden que los banqueros, para salvarse ellos, están racionando la liquidez a las empresas y a las familias, provocando quiebras y desempleo.

Las cosas pueden mejorar recuperando hábitos financieros perdidos en la etapa de drogodependencia crediticia

La segunda es que la gente entiende que las ayudas públicas a la banca son para que aumente el crédito. Empresas y familias ven el crédito como un servicio público esencial, como la electricidad. Si las ayudas aumentan pero el crédito disminuye, el malestar social y empresarial irá creciendo.

La tercera es que mientras empresas y familias comienzan a pasarlo mal, la banca anuncia buenos beneficios y reparte tan jugosas retribuciones entre su alta dirección que ofenden al sentido común y son una ostentación indecente y provocativa. Algo que hace difícil pedir simpatía hacia los banqueros.

Los banqueros han reaccionado diciendo que se les demoniza por puro populismo. Pero no tuvo su mejor día el presidente de la patronal bancaria, Miguel Martín, cuando, con altivez, respondió presentando a los banqueros casi como ángeles. Su defensa se apoya en tres argumentos.

El primero es decir que ahora las familias y las empresas no piden crédito.

El segundo, que si no dan más crédito no es porque a la banca le falte liquidez, sino porque la crisis hace insolventes a muchas empresas y familias al no poder devolver el préstamo. Y altivo, le ha dado la vuelta a la acusación para afirmar que no es la banca la que pone en peligro a las empresas, sino éstas las que están poniendo en riesgo a la banca al no devolver los créditos. Curiosa argumentación, dado que nadie, que sepamos, les obligó a dar esos créditos malos y arriesgados. Fue su negligencia.

El tercero consiste en negar que el Gobierno les esté ayudando. Dicen que lo que hace es financiarles a precio de mercado. Vamos, que el Gobierno está haciendo un negocio.

El problema con este argumento es que entonces todos, empresarios y familias, podrían pedir que el Gobierno les financie también a precios de mercado, dado que la banca no cumple con su función social. Probablemente, la mayoría de empresarios estaría de acuerdo. Sólo hace falta ver el interés de muchos empresarios en conocer a mi buen amigo y colega el presidente del Instituto Oficial de Crédito.

¿Debe el Gobierno obligar a la banca a dar crédito? ¿Puede? Ni debe, ni puede. Veamos por qué.

Ni ángeles ni demonios, simplemente banqueros. Contra lo que se piensa, los banqueros no son personas prudentes, son bipolares. Otros dicen avariciosos. Dan crédito con ligereza en las épocas de vacas gordas, y lo racionan indiscriminadamente en las de vacas flacas. Más que compensar el ciclo económico, refuerzan la tendencia maniaco-depresiva del capitalismo.

Durante los últimos años la banca y las cajas dieron más créditos (básicamente al sector inmobiliario) de los que le permitían los depósitos de sus clientes. Para ello, pidieron prestado en los mercados internacionales de capitales. Ahora tienen que devolverlo, y como la crisis financiera internacional no les permite seguir endeudándose en el exterior necesitan acumular liquidez.

Además, algunos de los activos que compraron y de los créditos que dieron son de mala calidad y dudoso cobro. Eso aumenta la morosidad y las pérdidas por caída de los precios de esos activos. Como aún no saben la magnitud de esa morosidad y esas pérdidas, su avidez por la liquidez aumenta.

En esa situación, no es posible forzar a los banqueros a dar más crédito. Más bien, como ocurre ya en otros países, habrá que estar preparados para intervenciones de mayor calado que las actuales ayudas. Intervenciones que pueden llegar a la creación de "bancos malos", como fue la "UVI" bancaria española de la década de 1980, o a la nacionalización temporal, como sucedió con Rumasa.

El objetivo de esas posibles intervenciones no debe ser rescatar a los banqueros imprudentes, sino mantener el crédito. El crédito tiene algo de servicio público y, como sucede con otros servicios públicos, si el proveedor privado falla, los gobiernos no se pueden quedar parados lamentándolo.

Pero, aunque necesaria, la recuperación del crédito tardará. Mientras tanto, las cosas pueden mejorar algo recuperando hábitos financieros perdidos durante la etapa de drogodependencia crediticia.

Si quieren mejorar sus ventas, productores y vendedores tienen que ser capaces de financiar a los compradores mediante letras o aplazamientos. Recuerdo que cuando hace más de 15 años mi mujer y yo compramos la casa en que vivimos, pagamos el 20% de entrada con nuestros ahorros, el 50% con crédito hipotecario y el resto lo financió el propio vendedor con tres letras a dos años. Lo mismo se hacía con los electrodomésticos.

Por su parte, los empresarios tienen que entender que se acabó el financiar su negocio con el 100% del crédito y volver a la práctica tradicional de financiar las inversiones, más o menos, con el 40% de capital propio y el 60% con crédito.

La demonización de los banqueros no nos debe hacer olvidar que hay que volver a capitalizar las empresas.

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