Segunda oportunidad
Perdurar en la memoria de quienes nos aman es la mejor forma de paraíso que se nos puede conceder. Y Maruja Torres (Barcelona, 1943) lo ha construido en Esperadme en el cielo, Premio Nadal 2009, para sus amigos y maestros muertos, como dice la autora, Manolo (Vázquez Montalbán) y Terenci (Moix). La novela se estructura en tres líneas: el encuentro de la narradora, mitad Wendy mitad Alicia, pero, sobre todo, Maruja, con sus amigos en un presunto Más Allá; las aventuras que los tres corren en esa eternidad/inmortalidad, en la que todo está permitido; y el regreso al Barrio, con mayúscula, en el que los tres nacieron y que ya no es el antiguo Barrio Chino de Barcelona ni el Raval en el que ahora se ha convertido, sino un espacio de la infancia, del recuerdo y la nostalgia.
Esperadme en el cielo
Maruja Torres
Destino. Barcelona, 2009
192 páginas. 18,50 euros
Torres ha recuperado el humor asilvestrado de sus primeros libros, ¡Oh, es él! (1985), sobre Julio Iglesias y la prensa del corazón, o Ceguera de amor (1991), una sátira sobre los fastos del V Centenario del Descubrimiento de América. Todo eso puede verse en las juergas que los tres disfrutan: volando en una alfombra mágica, con Terenci, vestido de ladrón de Bagdad; Manolo, de gran visir, y ella, de Jean Simmons, en Narciso negro. O nadando, con un bañador a rayas y un flotador amarillo y blanco con cabeza de patito, en un mar de lágrimas. O viajando en una golondrina (las barcazas de paseo del puerto de Barcelona) hasta Beirut.
Hay también mucho cine con el gran Lubitsch como santo patrón de la reunión en el paraíso. Y algunos escritores, como Manuel Puig, Cristina Fernández Cubas, Cavafis, san Truman Capote, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Machado y alusiones continuas a Peter Pan, de James M. Barrie, y a Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.
No falta un poquito de suspense, que en realidad no engaña a nadie. ¿Está verdaderamente muerta Wendy-Alicia-Maruja?, ¿está en coma?, ¿está soñando? o ¿está simplemente durmiendo? Es muy fácil de adivinar.
La recuperación del viejo Barrio Chino no alcanza ni de lejos la intensidad que logró Torres en Un calor tan cercano (1997), probablemente una de sus mejores novelas, por no decir la mejor. Aquí se trata de pinceladas con las que la narradora ayuda a los amigos muertos a reconstruir el recuerdo del Barrio.
Las figuras de Manolo y de Terenci son más caricaturas que personas de carne y hueso y casi se convierten en comparsas en lo mejor de la novela, la introspección y la autocrítica, a veces tan salvaje como su humor, que hace la narradora y que atraviesa de punta a punta la novela. A veces con sus propias palabras, otras en la voz de sus amigos. Ya en las primeras páginas, Manolo y Terenci le dicen al unísono: "Has perdido el sentido del humor y aquella ironía, llevas años amustiada e irritable, aburrida". "Nos preocupaban tus insomnios, la frecuencia con la que le dabas al frasco, las horas que pasabas haciéndote dar masajes (...) ¿Crees que el hecho de envejecer te autoriza a traicionarte?", añade Manolo.
La propia escritora no se permite ni una concesión: "Cuando se aparenta lo que no se es, y eso es lo único que los otros creen que eres, y hasta te felicitan por serlo, te vas quedando sin gente cercana con quien compartir el tablón del naufragio". Hay reflexiones mucho más duras.
De sus conversaciones con los amigos muertos y de un surrealista encuentro con el Ángel Caído (la novela empieza y acaba en la Feria del Libro de Madrid) la narradora concluye que sí hay una segunda oportunidad para ella: "Proporcionando a mi vejez el ímpetu con que atravesé anteriores etapas de mi vida, con idéntica pasión por el riesgo".
Al final, se tiene la sensación de que, humor y risas y ciertas incoherencias aparte, Maruja Torres ha culminado el duelo por sus amigos y ha escrito esta novela como una especie de catarsis que emocionará a sus lectores.
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