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Columna
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El votante y su circunstancia

Arranca la campaña y las encuestas sentencian que ganará quién más movilice. También revelan que el PP posee el secreto para animar a sus huestes, mientras que los bipartitos se manejan peor con los estados de ánimo de sus electorados.

Aunque no lo parezca ni sea tan divertido, la política es como el fútbol. A la gran mayoría del electorado y la afición les mueve lo mismo: son hinchas y van más si el equipo gana. Feijóo lo tuvo claro desde el principio; sus adversarios, no. Desde el primer día, centró su campaña en convencer a los suyos de sus posibilidades. Sabe que si le ven perdedor, mucha gente ni se molestará en votar para perder. La estrategia socialista se ha centrado en convencernos de que Touriño tiene un carisma entre Gandhi y Richard Gere, convirtiendo así el voto en un acto de fe. El BNG se ha enredado en una campaña dispersa donde hasta su propio director, Alberte Ansede, al presentarla se lió en un confuso discurso sobre si lo importante es el candidato o la organización. Una confusión a la que sólo parece inmune un Quintana que habla como si quisiera ganar, mientras sus compañeros parecen conformarse con empatar. Y nada es más verdad, en el fútbol o en la política, que si sales a empatar, acabas perdiendo.

En el BNG sólo Quintana y sus conselleiros defienden con convicción la acción del Gobierno

Junto a este votante hincha, encontramos al votante crítico. De nuevo los populares lo gestionan mejor. Primero, porque el votante crítico habita sobre todo en los partidos gobernantes, pues no deja de ser redundante estar en la oposición y ser crítico. Segundo, a sus críticos saben desactivarlos a base de homenajes, cenas, y cariños variados. Los bipartitos comparten un mismo tipo de votante negacionista: "Non houbo cambio". Una creencia que ambos socios han ayudado a propagar. Cada vez que los populares les acusaban de haber cambiado algo, los socialistas contestaban que hacían lo mismo que ellos cuando gobernaban. Desde el BNG, la organización se ha pasado la legislatura amenazando, en público y en privado, con meter en cintura al Gobierno. Con tales antecedentes, convencer en quince días al votante crítico para que olvide todo lo oído estos cuatro años y corra a votar para que siga el cambio es tarea difícil. Y usted, amigo lector, se preguntará: ¿pero hubo cambio? Pregúnteselo a Galicia Bilingüe, a Fenosa, a Rosalía Mera y sus subvenciones a fondo perdido, a las empresas abonadas a las contratas públicas o al viento gallego, o a los padres que ahora pueden llevar a su hijo a una galescola.

Finalmente emerge el votante desencantado. En la derecha, el desencanto proviene de añorar la dureza de la era Aznar y calificar a Rajoy de blandito. A ellos este bombardeo de escándalos bipartitos lanzado por Feijóo, presentando a la Xunta como si fuera Falcon Crest, les pone para ir a darle su merecido al Gobierno. Entre los socialistas, el desencanto viene de la gestión de la crisis, y este paso fulgurante y sin anestesia de la negación a la desaceleración, a la crisis, a la recesión y al fin del mundo anunciado por Solbes cada día. Al ánimo renqueante de este elector, no lo recuperan mucho las escenas de sofá con la banca. Tampoco los anuncios oficiales de pago de cuantiosos rescates a grandes empresas para retrasar sus ERE al día siguiente de las elecciones. En el mundo nacionalista, más que desencantados son nostálgicos que añoran los interminables discursos de Beiras, o encajan mal haber perdido la inocencia gobernando. Para quienes guardan duelo por su ausencia no hay remedio: otro Beiras es imposible y ni falta que hace. Para quienes añoran la inocencia en la perenne oposición, una campaña donde sólo Quintana y sus conselleiros defienden con convicción la acción del Gobierno, tampoco parece buen remedio.

La televisión es la gran movilizadota moderna. Nada espolea más una campaña que los debates entre candidatos. Por eso, en los países de verdad están institucionalizados, mientras en los países a medio hacer quedan a la conveniencia de los candidatos. Feijóo está sabiendo cubrirse con el empeño de Touriño en un único debate. Necesita que no haya. Touriño y Quintana necesitan que se celebren cuantos más, mejor. Porque los debates ni se ganan ni se pierden, sirven para convencer a los tuyos y quitarles el miedo a los otros.

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