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Columna
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La vergüenza

Manuel Rivas

Primero te ignoran. Luego, niegan. Después te calumnian. A continuación... Podemos prever, más o menos, las secuencias en la reacción de los políticos en el poder cuando un periodista destapa una gran vergüenza. No es algo automático. No siempre se pone un precio a la honradez en el cargo público. Nancy Killefer, elegida para un puesto clave en la Administración de Obama, ha renunciado al descubrirse el impago de una tasa de 731 euros. Ésta y otras dos dimisiones preventivas no ensombrecen las esperanzas puestas en el nuevo presidente, tal como se han apresurado a propagar nuestros cascarrabias profesionales, ansiosos de probar una vez más la ley universal de que todo es una pocilga y, en conclusión, que viva la mierda. Muy al contrario, Obama demuestra que va en serio en su programa ético. Pero volvamos a Madrid. Hay muchas cosas extrañas, y otras no tanto, en el caso de las tramas de espionaje en la Comunidad. Por ejemplo, la actitud de los principales actores políticos está siendo previsible. Las facciones afectadas parecen haber llegado a un provisional pacto zoológico. Caimán no come caimán o chivo que rompe tambor con su pellejo paga. Menos escrúpulos, al menos zoológicos, parece tener una parte de la profesión periodística local. Hay programas que podrían poner como sintonía el afilar de los cuchillos, no porque piensen destripar la verdad, sino porque se disponen a despedazar a quienes han cumplido su misión de informar. En uno de esos "autos de fe", los valerosos colegas jaleaban las bravatas del consejero Güemes y lo azuzaban para quemar en estatua al mensajero. Espeluznante. Recordé otro glorioso momento de nuestra cultura. Fueron muchos los poetas que rivalizaron en cantar la gesta de cuando Felipe IV, en palabras del sabio Dámaso, "asesinó un toro con tiro de arcabuz". Nancy dimitió por 731 euros. Creo que va siendo hora de preguntarnos aquí cuál es el precio de la vergüenza.

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