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Columna
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¡Suspenso!

¿Sueña alguna vez que vuelve a examinarse, que está sentado en un pupitre ante a un test irresoluble? No importa el tiempo transcurrido desde nuestro último examen, siempre reviviremos la pesadilla de encarar una prueba imposible. Lo llamativo es que más de 2.000 valientes de toda España se han sometido voluntariamente a este trago, han aceptado el reto de enfrentarse de nuevo a un momento especialmente duro y traumático: el test teórico del carné de conducir.

El Instituto de Tráfico y Seguridad Vial (INTRAS) confirmó hace unos días sus alarmantes sospechas: prácticamente ninguno de los conductores españoles aprobaría hoy el permiso. Una debacle evaluadora como la que sucedía a veces en el colegio ante un parcial de física o de trigonometría, una de esas epidemias de suspensos que acababa resultando un consuelo para los cateados.

En la educación vial y en la general no sólo falla la motivación, sino el método de enseñanza

De una masacre examinadora como la perpetrada por el INTRAS no sólo se deduce una desconcertante escasez de conocimientos, sino una grave deficiencia en el sistema educativo. Este estudio demuestra que los conductores con mejor nota son aquellos con menos de diez años de carné, gente que, además de tener las nociones más frescas, las ha adquirido a través de unos métodos modernos, amenos y eficaces como tests online, ordenadores en las autoescuelas y manuales actualizados.

Los que nos examinamos hace más de una década gozamos de cierta justificación por haber olvidado la mayoría del libro vial. Entonces el temario era más extenso, forzándonos a acumular una cantidad de conceptos que enseguida tuvimos la necesidad cráneo-espacial de achicar. Pero, sobre todo, nos dislocaron el cerebro obligándonos a responder a preguntas como: ¿Cuánto mide cada uno de los lados de la ele que el conductor novel ha de pegar en la luna trasera del coche? ¿Cuántos parpadeos como máximo y como mínimo lucen en un intermitente? ¿A qué distancia tiene que estar la matrícula del suelo? Y la celebérrima: ¿Qué debe de hacer usted cuando una avispa entra en su habitáculo mientras circula por autovía?

No ha pasado tanto tiempo desde que nos instaron a memorizar estas cuestiones (kriptonita para la intuición o el sentido común) planteadas en ejercicios que la autoescuela no te dejaba llevar a casa. A mediados de los noventa estudiábamos el código en manuales obsoletos ilustrados con fotos de coches antiguos circulando por paisajes del landismo, instantáneas que reflejaban situaciones anacrónicas y rocambolescas en las que un ciclomotor se debatía entre dejar paso o no a un carromato en un paso a nivel de una vía interurbana mientras un camión de elevado tonelaje intentaba adelantar transportando material inflamable.

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Los madrileños, de todas formas, somos lo peor. Nuestra comunidad ha sacado la nota más baja en este revival de la pesadilla autoteórica: un 4,12 sobre 10. Los más brillantes han sido los cántabros, los asturianos y los riojanos, que han obtenido poco más de un 6, calificación con la que se los habría fundido la Dirección General de Tráfico (DGT) igualmente.

En realidad, si preguntásemos a la población con el BUP aprobado por una obra de García Lorca, en qué consiste una raíz cuadrada y qué es un animal omnívoro, estoy seguro de casi todos iban a septiembre. Qué poco queda de los conocimientos adquiridos a golpe de memoria, conceptos que, en el momento de su aprendizaje, resultaban irracionales, indeducibles y, sobre todo, inútiles. Un chaval de 15 años estudiando frente a la ventana abierta de su habitación en junio. De la calle llega la algarada de los niños y del agua de la piscina, el eco del balón estrellándose contra el asfalto, las risas de las chicas sentadas en los soportales. Y de su libro de texto, sin embargo, emanan datos, nombres propios y fechas que ha de meterse en el cuerpo como un plato de guisantes.

Es cierto que uno puede transitar por la calle sin poner en peligro su vida ni la de los demás desconociendo quiénes eran los Austrias o qué es el máximo común denominador, pero, en cambio, no es tan seguro ignorar el significado de las señales de tráfico. Pero la conclusión es que tanto en la educación vial como en la general no sólo falla la motivación y la memoria de los alumnos, sino el método de enseñanza. Los madrileños, en concreto, somos una tribu de pésimos jugadores de Trivial rezando porque no se nos meta una avispa en el coche.

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