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Espionaje político en la Comunidad de Madrid
Columna
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Mutua Destrucción Asegurada

El caso de los seguimientos, chantajes y dossiers que ha aflorado en la Comunidad de Madrid a raíz de las informaciones publicadas en el diario EL PAÍS ha ido tomando color y estableciendo puntos de tangencia con la financiación del Partido Popular. La presidenta Esperanza Aguirre se ha apresurado primero a declararse inocente y enseguida víctima principal. Pero, visto que su clamor victimista carecía del suficiente nivel de preganancia, parece haber optado por la actitud más radical de emprender el contraataque desde las páginas de El Mundo. Un contraataque dirigido al tesorero anterior del Partido Popular, Álvaro Lapuerta, así como al actual, Luis Bárcenas, y al propio presidente nacional, Mariano Rajoy.

Los antagonismos que se desatan en el interior de los partidos son castigados con la penalización en las urnas
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Desde esas páginas amigas, siempre a la búsqueda de un Watergate y alineadas de modo paradójico con Nixon cuando por fin afloraba un caso de fontaneros en su versión española, como escribió Ignacio Escolar, el valedor de nuestra Esperanza huía de incurrir en desmentidos. Prefería lanzar acusaciones directas sobre el tráfico de influencias movidas desde Génova, la sede nacional del PP, a favor de alguno de los aspirantes a los suculentos contratos con empresas de seguridad cuando aún estaban pendientes de asignarse por la Comunidad de Madrid. Se diría que a falta de un pacto por las buenas para enterrar el caso en línea con el principio pragmático de que "entre bomberos es mejor no pisarse la manguera", alguien recordó la escena del paciente boquiabierto a la espera del torno en el sillón del odontólogo, quien para prevenirse logró agarrar por sus partes al galeno y le dijo aquello de "¿verdad, doctor, que no nos vamos a hacer daño?".

En un ámbito de dimensiones estratégicas es lo mismo que sucedía con la disuasión nuclear entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una con sus arsenales de misiles intercontinentales capaces de llevar a cabo la que se denominaba Mutua Destrucción Asegurada, MAD en sus siglas inglesas. Casi 50 años de guerra fría confirman la validez de la MAD. Porque ninguno de los dos grandes llevó a cabo disparo alguno, fuera de los ensayos que servían para demostrar su plena operatividad. Los presidentes viajaban cada uno con su teléfono rojo, que tanto entusiasmaban a la prensa, pero todo quedaba ahí. En un segundo plano, también la Francia del general De Gaulle quiso hacerse un hueco en ese juego. Claro que la disuasión francesa era peculiar. Se trataba de la disuasión del débil al fuerte. París se esforzaba en exhibir que su Force de Frappe tenía el poder suficiente para causar a su posible agresor un daño inaceptable antes de padecer la destrucción total que sin duda podía causarle el enemigo.

En el caso del espionaje de la Comunidad de Madrid estamos ante dos antagonismos como el del ánodo y el cátodo en los antiguos proyectores de cine. La alta diferencia de potencial entre ambos polos hace saltar la chispa iluminadora que cierra el circuito, siempre que se mantengan a una determinada distancia. Por eso el maquinista desde atrás debía permanecer atento para aproximar ambos extremos que se van desgastando y separando progresivamente. Sucede que es la luz del arco voltaico así establecido la que permite que el público del patio de butacas vea la película. Del mismo modo son los conflictos de alta graduación eléctrica los que suministran ilustración a los electores del común y esclarecen realidades que de otro modo, cuando reina el apacible consenso quedan en la oscuridad inescrutable del oficio de tinieblas. Claro que una cosa son los antagonismos propios de los partidos rivales, situados en el poder y en la oposición, que tienen atribuido ese deber con efectos saludables para los electores y los contribuyentes y otra, muy distinta, los que se desatan en el interior de cada uno de los partidos sancionados con una abierta penalización a la hora de las urnas.

El poder, todo poder, tiende a la curiosidad y al cultivo de la chismografía donde reside un alto potencial de inutilizar al adversario de enfrente y, sobre todo, de las propias filas. El caso de la Comunidad de Madrid tampoco es único y esas patologías las hemos visto con Jordi Pujol en la Generalitat y las padeció Carlos Garaikoetxea cuando sus disensiones con el PNV. Que ahora su secretaria general, María Dolores de Cospedal, anuncie que el PP suspende la investigación interna y que Rajoy sentencie que "todos deben saber lo que tienen debajo" en absoluto es de recibo. Una vez que las aguas han alcanzado el nivel actual es necesario depurarlas. El público quiere ver toda la película. Continuará.

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