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Columna
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Cabilderos

Apenas sentó sus presidenciales posaderas en el Despacho Oval de la Casa Blanca, firmó una serie de órdenes y decretos por tal de dar ejemplo, y para intentar untar con algo de ética la política y los comportamientos en la administración pública. Como las bíblicas vacas flacas de la crisis causan estragos en la primera economía mundial, se exige austeridad, se congelan los sueldos de los altos funcionarios, se obstaculiza la tarea de los cabilderos. Ya había anunciado que la transparencia y el Estado de derecho serían la base de su gobierno. Así que, como indican los gobernantes protestantes y anglosajones democráticamente elegidos al finalizar sus juramentos, que Dios ayude a Obama en tan dificultosa tarea. Aquí, en este rincón del Mediterráneo, a un tiempo tan cerca y tan lejos del Washington esperanzado de estos días, añoramos a un Barak, porque no vemos aparecer por ningún lado el necesitado vino nuevo en el odre viejo de los principios, los ideales, los sueños, o la transparencia en la vida pública.

Esto último, la transparencia, es quizá el término menos grandilocuente y el concepto más próximo al ciudadano. Hace algo más de dos décadas lo puso en circulación Michael Gorbachov: era la glasnost de su perestroika, que provocó el desplome como un castillo de naipes de la Unión Soviética, articulada entre otros elementos, por el engranaje de la ocultación. Se elimina la ocultación y se elimina a la vez la actividad de los coloquialmente llamados cabilderos; de los protagonistas del tejemaneje y la maña en la gestión pública para sacar provecho; de los barones de la intriga para ganar voluntades en torno al poder. La ocultación, el tejemaneje y la intriga son las tareas primordiales del gremio. En el otro lado del Atlántico los denominan grupos de presión, y el nuevo Presidente intenta limitar su poder e influencia mediante leyes que apelan a la transparencia.

Es probable que la ciudadanía norteamericana acabe por librarse de la excesiva influencia de los cabilderos. En la Casa Blanca parece que lo tienen claro. Aquí no. En este maltrecho País Valenciano en gran parte arrasado por la crisis del especulativo ladrillo, la transparencia ni está, ni se la espera. Tampoco está ni se espera a un Obama que intente con buen tino traerla. Ahí tienen, para comprobarlo, ese opaco entendimiento entre griegos y troyanos, entre PSPV y PP, para vadear informes, sanciones y abusos urbanísticos y medioambientales que llegaron al Parlamento Europeo. ¿Por qué? Miren al cielo y constataran el vuelo de compañías aéreas como Ryanair, que acusa la falta de transparencia en las subvenciones a un Consell autonómico que se decanta por otras empresas menos rentables. La compañía irlandesa se queja y recibe por respuesta un torvo silencio. ¿Por qué? Pero para silencios y opacidades las que giran en torno a la órbita de esos proyectos fantasmagóricos como el de la Ciudad de las Lenguas en Castellón; un proyecto opaco que ha costado ya decenas de miles de euros sin saber qué es o adónde va, pero sabiendo de dónde viene: de cabilderos que se aprovechan del erario público. ¿Por qué?

Y esperar transparencia o a un Obama en un futuro inmediato parece ilusorio. No hay más cera que la que arde, ni más políticos valencianos que los que tenemos. El perfil político de un Obama autonómico ni lo tenemos ni se espera. Pero también es probable que tan sólo el rumor de que apareciese un Barak, supondría el inicio del cambio.

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