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Columna
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Misión imposible

¿Quién vigilará a los que nos vigilan? El ex subinspector de policía Faustino Orejuela, recientemente incorporado al CRIM (Centro Regional de Información de Madrid) con categoría de viceagente interino, cree estar preparado para contestar a la inevitable e inquietante pregunta de siempre. Su respuesta es: nosotros mismos.

Los vigilantes que nos vigilan se vigilan también entre ellos para que no quede un cabo suelto sin atar. Hace tiempo que semejante idea rondaba por la cabeza del viceagente, pero los sucesos acaecidos durante su última jornada de vigilancia han convertido sus especulaciones en certezas.

Durante su última investigación, encuadrada en la llamada Operación Pedrosillo, que trata de poner al descubierto una trama de corrupción urbanística en la localidad madrileña del mismo nombre, Orejuela recibió el encargo de vigilar estrechamente al cuñado del ex concejal de obras del pueblo, presuntamente implicado en una trama inmobiliaria que pretende convertir este municipio serrano de 253 habitantes en una moderna ciudad residencial con capacidad para 25.000 en una primera fase.

Los vigilantes que nos vigilan se vigilan también entre ellos para que no quede un cabo suelto

Una vez localizado el domicilio del sujeto y conocidos sus horarios habituales gracias a la información remitida por sus colegas del SCIM (Servicio de Contraespionaje Informático de la Comunidad de Madrid), el viceagente Orejuela inició su discreta vigilancia a las siete y media de la mañana apostado bajo la marquesina de la parada de un autobús de la EMT (Empresa Municipal de Transportes) situada enfrente de la vivienda de su presa que, según todas las previsiones, abandonó su casa minutos después para dirigirse a una boca de metro próxima sin que en el trayecto fuera detectada ninguna actitud sospechosa.

Minucioso por oficio y naturaleza, Orejuela anotó en su cuaderno de notas durante el viaje la conveniencia de consultar con sus colegas del SIMM (Servicio de Información del Metro de Madrid) por si el sujeto bajo vigilancia tuviera trato habitual con otros viajeros o intercambiara maletines con ellos.

La intrincada red de los servicios de información y contrainformación, inteligencia y contrainteligencia, tejida por diferentes organismos, viceorganismos y seudorganismos en el seno de las instituciones madrileñas hace del tema de la seguridad y de la contraseguridad un embrollo difícil de aclarar incluso para los superexpertos del CCIM (Centro de Control de Inteligencia de Madrid). Cuando a Orejuela le ofrecieron el puesto de viceagente interino del CRIM jamás, pese a su larga experiencia en ese campo, había oído hablar de semejantes siglas, por lo que consultó con su colega Venancio Mendicutre, agente de campo contratado por el CCIM con el que había compartido algunos trabajos eventuales para el CISCO (Centro de Inteligencia del Sheriff de Coslada) antes de que éste fuera desmantelado.

Mendicutre no pudo descifrar con precisión la adscripción administrativa del CRIM, pero apuntó una hipótesis: los documentos internos del Comité Regional de Información de Madrid se referían continuamente al misterioso número uno de la organización como A2, con la mayúscula resaltada, lo que para Mendicutre, experto en criptografía, podía traducirse como, gran-A-dos, Granados, posible nombre en clave del consejero de Presidencia e Interior de la Comunidad de Madrid.

Orejuela cree ver confirmada la hipótesis por el carnet que le acredita, en el que no aparecen las siglas del CRIM, sino las del CIPBM (Centro de Inteligencia del Parque de Bomberos de Madrid). Los bomberos madrileños están adscritos a la Consejería de Granados.

Orejuela ya cree saber para quién trabaja; lo que no acaba de entender es por qué el sujeto al que siguió esa mañana en su última jornada de vigilancia acabó deteniéndose precisamente cerca de la puerta de su domicilio, el del propio Orejuela, como si estuviera esperándole.

De vuelta en su casa el viceagente del CRIM consultó privadamente con otro colega suyo, Roberto Martínez Cabestro, de la DAISMA (División de Asuntos Internos de la Seguridad de Madrid), que confirmó sus peores sospechas. Feliciano Trincón de la Sierra, cuñado del concejal de Pedrosillo cuya vigilancia le había sido encargada, trabajaba para el CIAM (Centro de Información del Ayuntamiento de Madrid), conocido entre la profesión como la PG, la nueva policía gallardonista que vigila de cerca a los agentes secretos de la Comunidad de Madrid.

Según Cabestro, Trincón había recibido la misión de contravigilarle. Hoy por hoy, Orejuela piensa en llegar a un acuerdo con el perseguidor, al que persigue para vigilarse mutuamente en días alternos o para compartir juntos su jornada laboral en algún bar de la zona.

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