Galicia por Palestina
El pasado domingo, miles de gallegos se manifestaron por las calles de Santiago para exigir el fin de la masacre que el ejército de Israel está perpetrando contra el pueblo palestino, indefenso y cercado en la franja de Gaza. Por eso los ciudadanos que se manifestaron en Compostela, como los que lo hicieron en numerosas ciudades del mundo, expresaron su inequívoco respaldo al pueblo palestino y un rotundo rechazo a la política del Estado de Israel, conjurando así cualquier tentación de equidistancia respecto a los protagonistas de este largo y desdichado conflicto.
Porque, en efecto, no pueden existir equidistancia cuando entre los contendientes existe un desequilibrio de fuerzas, de dimensiones siderales, como el que preside este contencioso. Porque no puede existir equidistancia entre víctimas y verdugos. Porque no puede existir equidistancia cuando el hedor que recorre el mundo con la fetidez de los cadáveres insepultos amenazan con destruir las bases morales sobre las que supuestamente se asienta nuestra civilización.
Los que se oponen a Israel no son antisemitas, como la oposición a Franco no era antiespañola
Nada de lo que está sucediendo en Palestina, incluidos los últimos acontecimientos en Gaza, puede entenderse si no se tiene en cuenta que Israel goza de una cobertura política internacional de la que carece cualquier otro Estado del mundo, y que aspira a que todos los demás reconozcamos de iure lo que, para ellos, es ya un ejercicio de facto: la impunidad absoluta.
Las autoridades de aquel país están convencidas de que, debido al atormentado pasado de su pueblo, Israel no podrá ser nunca sometido a juicio de la comunidad internacional y, por tanto, considera cualquier crítica a su actuación como una expresión de primitivo antisemitismo (sería más correcto decir antijudaísmo, si se considera que los palestinos son también un pueblo semita), coartada con la que pretenden encubrir sus desmanes y acallar toda discrepancia con su política.
Pero, ¿practicamos un peligroso antisemitismo cuando rechazamos que un gobierno, amparado en su aplastante superioridad militar, dispare impunemente contra un millón y medio de personas inermes y atrapadas en un territorio de 300 kilómetros cuadrados? ¿Nos moveremos quizá por prejuicios antijudíos cuando repudiamos a un gobierno que ordena continuos e indiscriminados ataques contra escuelas palestinas, campos de refugiados, hospitales o instalaciones civiles de todo tipo? ¿Deberíamos, en definitiva, permitir que, al amparo de la situación internacional y bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, el gobierno de Israel se apodere de las terribles palabras de Dios en el Deuteronomio: "Míos son la venganza y el pago". De ninguna manera. Oponerse con toda energía a la política de Israel es un deber ineludible que no tiene relación alguna con el antisemitismo, del mismo modo que la oposición a Franco que en su día realizamos los demócratas de este país nada tenía que ver con los sentimientos antiespañoles que se nos atribuían.
El gobierno de Israel, en vez de aferrarse a esa falsa coartada para eludir sus responsabilidades, debería recordar las palabras que Einstein, de cuyo compromiso con la causa judía no puede dudarse, escribió a Chaim Weismann en el ya lejano 1929: "Si no logramos encontrar el camino de los acuerdos y de la honesta cooperación con los árabes, es que no hemos aprendido nada de nuestra vieja odisea de 2.000 años, y mereceremos el destino que nos acosará".
A lo largo de la historia, muchos pueblos se han visto oprimidos y vapuleados, aunque en numerosas ocasiones se les ha permitido vivir bajo dominación extranjera. Pero a los palestinos no se les ofrece siquiera una plaza estable de vencidos. Se les ha negado siempre y en todas partes el derecho a existir como pueblo ¿Acaso no recuerda demasiado esta situación al "no podéis vivir entre nosotros como judíos", que a lo largo de los siglos han tenido que soportar y sufrir los hebreos de todo el mundo?
Por eso cuando decimos, parafraseando a Einstein, que los judíos no han aprendido nada de su vieja odisea, o que las antiguas víctimas se han convertido en los nuevos verdugos, queremos afirmar que la lógica que llevó a los campos nazis de exterminio opera ahora en los campos de estupro étnico en Palestina. Por eso cumplidos ya 64 años de la liberación de Auschwitz, exigimos el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino y una paz justa en aquella atormentada tierra.
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