González y Picasso, mano a mano
Una muestra en el IVAM analiza la influencia entre los dos artistas españoles
En 1928, Pablo Picasso pidió a Julio González su ayuda para realizar un monolito a Apollinare. El pintor malagueño quería que el escultor barcelonés le enseñara las técnicas de la soldadura autógena para ensamblar esculturas. Aunque el monumento nunca llegó a erigirse, el trabajo mano a mano entre los dos fructificó en unas cuantas esculturas, en una amistad personal y, sobre todo, en una influencia artística mutua. Julio González versus Pablo Picasso, la exposición que ayer inauguró el Institut Valencià d'Art Modern (IVAM), pretende describir ese cruce artístico de caminos mediante una selección de 50 dibujos y esculturas de González y la colección de 84 dibujos que componen el cuaderno número 7 de Las señoritas de Aviñón del pintor.
Para González, la colaboración fue un espaldarazo que le llevó definitivamente a dedicarse en exclusiva al arte y convertirse, a juicio de muchos artistas, en el gran precursor de la escultura moderna en hierro. Picasso, por su parte, pudo profundizar en una técnica que le permitió empujar el cubismo en nuevas direcciones.
"No era frecuente ni en Pablo Picasso ni en artistas del momento colaborar con otros", explica Tomás Llorens, comisario de la exposición montada por el IVAM en colaboración con la Fundación Picasso. El historiador explica que ambos tenían un pasado común en la Barcelona de entresiglos (hasta llegaron a conocerse en 1898 o 1899), puesto que se vieron influidos por el modernismo catalán de Gaudí, eran de la misma generación, frecuentaron los mismos sitios y compartieron ideales artísticos. Sin embargo, tenían "dos temperamentos radicalmente diferentes". Si Picasso era mucho más vital y sensorial, González era más austero y espiritual.
Tras décadas de divergencia artística, en 1928 sus vidas volvieron a cruzarse. "A raíz del encuentro González aprende mucho de la herencia cubista presente en el arte de Picasso", añade, "y trata de elevar el cubismo a un lenguaje de tres dimensiones". Sin embargo, los expertos aseguran, y hasta Picasso reconoció, que González ya había iniciado su propio lenguaje. "La introducción del vacío, del espacio como elemento tridimensional de la escultura es una revolución que hay que atribuir fundamentalmente a Julio González", aseguró ayer Llorens durante la presentación de la exposición, a la que asistieron la directora del IVAM, Consuelo Ciscar, y la consejera Trini Miró.
La amista de los artitas se prolongó muchos años. Picasso hasta ayudó a huir de la ocupación nazi al yerno de González, un alemán comunista que pudo escapar a Argelia. Tras la muerte del escultor, en 1942, Picasso le dedicó una escultura, Cabeza de toro, que con su sillín y su manillar de bicicleta ejemplifica, en opinión de Llorens, la influencia de González en Picasso.
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