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Columna
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¿Reformas en el MNAC?

Hace un par de semanas mi querida amiga Victoria Combalía publicaba en este periódico el artículo DHUB(itativo), en el que se criticaba duramente la política museística de Barcelona, insistiendo en la conocida polémica entre museos grandes totalizadores y museos pequeños sectoriales temáticos. No voy a intervenir ahora en esta discusión porque ya lo he hecho en ocasiones más propicias y porque, además de razones técnicas y políticas, se deben admitir criterios de gusto y de habitudes personales difíciles de objetivar. Pero sí quiero comentar un tema que, aunque aparece al margen de la línea argumental del artículo, tiene mucha relevancia en el juicio valorativo y en el programa de desarrollo del Museo Nacional. Combalía dice que el proyecto de reforma y museografía del MNAC de la arquitecta Gae Aulenti planteaba una "presentación tan miserable del arte románico (con muros suspendidos sobre el sufrido visitante, pasillos angostos, los ábsides a la vista como si de una obra de arte povera se tratara y piezas colocadas a nivel de perro o de niño gateando) que ahora, tan sólo 10 años después, van a cambiarlo". En un solo párrafo se plantean dos temas demasiado importantes para pasarlos sin comentario: el radical rechazo y el desprecio -sin referencias culturales ni matices estéticos- de la actual instalación de lo románico y el anuncio de que se va a proceder a su modificación. Un juicio y una previsión que, a mi entender, son dos errores graves.

Si hay una apertura económica, se podría empezar completando la obra de Gae Aulenti. Ya casi nadie recuerda el calcetín de Tàpies

Respecto al juicio de calidad, contrapongo la excelencia del proyecto museográfico de Gae Aulenti, que presenta dos puntos extremadamente significativos. Primero: un inteligentísimo esfuerzo para conseguir un lenguaje nuevo que marque a la vez un itinerario tradicional de piezas autónomas como muestrario aséptico y una cohesión ambiental representativa de todo el conjunto referida a una contextualización por sectores y por temas. Segundo: una eficaz superposición y convivencia de la composición arquitectónica esencial del antiguo edificio y las formas de los ábsides, los murales, las grandes piezas escultóricas y los espacios circulatorios y ambientales que son, propiamente, la vertebración del museo. El primer punto sitúa al MNAC en la avanzadilla de la museografía europea en exposiciones con contenidos volumétricos de gran tamaño, que hasta hace poco se desarrollaban según dos métodos contradictorios -exposición y ambientación- y cada uno de ellos con resultados insuficientes. El mantenimiento de la estructura de madera en las superficies dorsales de los ábsides, que Combalía interpreta como una ingenua referencia al arte povera, es un elemento fundamental para establecer ese método de lectura doble. Y lo son los muros suspendidos y los pasillos angostos que crean la escala de otros ámbitos.

El segundo punto es aplicable no sólo a la sección del románico, sino a todo el conjunto del museo. Es admirable el diálogo entre el viejo Palacio Nacional del 29 y los nuevos espacios y las nuevas estructuras sin tener que llegar a mutilaciones significativas ni al recurso de construir un edificio dentro de otro -como planteó la anticipadora pero no suficiente museografía de Folch i Torres- anulando cualquier relación entre el espacio, el volumen y la composición de las fachadas, sobre todo cuando el edificio antiguo es ya tan contradictorio que, a pesar de su insolvente calidad arquitectónica, asume unos incuestionables valores en la configuración urbana de la falda de Montjuïc, precisamente aquellos que justifican su mantenimiento y su entera reutilización.

Pero más grave me parece el anuncio de que se va a proceder a una reforma de este sector del museo porque indica que el rechazo ha alcanzado la opinión de las instituciones políticas que lo gobiernan y porque es un despilfarro económico imperdonable. El Museo Nacional tiene otras prioridades, entre ellas la buena conservación -y la ampliación, si los programas y la reorganización lo exigen- y una política seria y potente de nuevas adquisiciones que rellenen los actuales vacíos y completen y alarguen la calidad de las colecciones. Respecto a la conservación y mejora de servicios, las necesidades son evidentes y crecientes. Una obra que duró 10 años por dificultades económicas, administrativas y políticas, que se mantuvo gracias a la abnegada presencia comprometida del equipo de arquitectos más que de unos administradores responsables, presenta, naturalmente, desperfectos e insuficiencias que hay que subsanar. Las nuevas posibilidades económicas no hay que utilizarlas en reformas museográficas caprichosas, sino en el mantenimiento exigente de nuestra primera institución cultural. Y sobre todo, en la adquisición de nuevos fondos para completar y mejorar el contenido, una operación fundamental pero siempre relegada, no sólo en el MNAC, sino en todos nuestros museos, por ejemplo el Macba, que va perdiendo directores y técnicos, administradores y conservadores, que acuden a otros museos madrileños en los que el presupuesto permite programar colecciones y darles un sentido didáctico. El MNAC necesita muchos millones para subsistir con eficacia cultural y pedagógica. Si hay una apertura económica, se podría empezar completando la obra de Gae Aulenti. Ya casi nadie recuerda que la arquitecta italiana había planteado la construcción de una gran escultura de Tàpies -el Mitjó- en la sala oval, que fue eliminada no sé si por razones económicas o por la incomprensión de los políticos y los representantes de la sociedad civil. Si hay esa apertura económica, no la apliquemos a una destrucción de la admirable obra de Aulenti, sino a reforzarla con los complementos que en su momento se frustraron.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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