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Tentaciones
Entrevista:EN PORTADA

Los chicos de barrio resucitan el cine español

Un rapero con recorrido, Juan Manuel Montilla El Langui, y un director novel, Santiago A. Zannou, insuflan vida a nuestro celuloide con su debut, El truco del manco, una mirada realista a la calle que aspira a tres premios Goya

POSANDO en mitad del puente de Praga, en el madrileño distrito de Carabanchel, Santiago A. Zannou señala otro puente peatonal cercano. "Ahí es donde se sentaban los chavales de Barrio con los pies colgando a contar los coches". Es probable que su debut cinematográfico, El truco del manco, recoja tantos aplausos como la película de Fernando León de Aranoa. De momento, su visionado en el último Festival de Cine de San Sebastián tuvo en pie a la platea durante 10 minutos. Muchos reclamaron entonces que la película estuviera en la sección oficial en lugar de estar sólo en la de nuevos realizadores. Porque si hay algo que transmite la historia filmada por Zannou es mucha verdad, de ésa que traspasa la retina y se clava dentro. Él lo repite una y otra vez, como un mantra: "Honestidad". Es la palabra con la que mejor resume este trabajo, en el que prima la satisfacción personal de los protagonistas por encima de otros logros materiales.

Aunque haya rodado en Barcelona, El truco del manco representa cualquier extrarradio deprimido de una gran ciudad española, con sus pequeñas alegrías, grandes ambiciones y miserias cotidianas. En su caso, la inspiración proviene casi enteramente de Carabanchel, de donde decidió escapar a los 19 años ("antes de echarme a perder") para estudiar cine en la capital catalana. Paseando por la calle de Antonio López, donde aún está la casa de sus padres, le para una señora mayor: "¿Cómo está la familia? ¿Y tu bebé?". "El bebé no es mío, señora, es de mi hermano mayor, y ahora es una niña así". Y marca la altura de un metro con la mano. "Podemos tardar una hora en cruzar esta calle, puedo encontrarme con todo el mundo...". Así que nos escurrimos a una paralela, a un parque que queda frente al devastado paisaje de la M-30. "Aquí he crecido, he jugado al fútbol con los colegas, he trapicheado con porros...". Pudo haber sido deportista profesional. Empezó dando patadas a la pelota en el equipo Virgen del Puerto, después pasó al Rayo Vallecano Junior y hasta tuvo una oferta para jugar en Tercera División con el Mallorca. "Pero lo dejé, era demasiado golfo".

El fútbol español habrá perdido un punta, pero nuestro cine ha ganado uno de los realizadores más prometedores de los últimos tiempos. La película con la que Zannou, de 31 años, compite a tres premios Goya (a mejor director novel, mejor actor revelación y mejor canción original) cuenta con otra pieza insustituible: Juan Manuel Montilla El Langui, cantante del grupo de hip-hop La Excepción y protagonista de la cinta que, curiosamente, continúa con los símiles deportivos para explicarnos su participación en ella. "Yo me considero un deportista. Cuando sales a la cancha ¿qué quieres? Hacer un buen partido, lo primero. Pero meter los máximos goles posibles, también. En el parque de debajo de tu casa o en el escenario de los Goya, donde haga falta". En el filme, Montilla comparte con el actor mulato Ovono Candela el sueño de montar un estudio de producción de hip-hop.

Juanma y Santi se encontraron hace cinco años, cuando el rapero grababa suprimer disco en el estudio del hermano de Zannou, el productor Killer B. La puesta en común de sus vivencias desembocó en esta ficción, aunque el realizador insiste en que su mochila está cargada de cosas que ha vivido en primera persona o a través de los ojos de otros y que tiene mucho más que contar. Está dispuesto a demostrarlo con su segunda película, Singuerlín, bautizada con el nombre de un barrio de las afueras de Barcelona que "desde lejos tiene unas casas pintadas muy bonitas y cuando te adentras te das cuenta de su dureza. Si en El truco del manco hemos prestado atención a los jóvenes, en Singuerlín daremos cuenta de la situación de mucha gente mayor". Acodado en la barra del bar de al lado de su casa familiar, Zannou desgrana su verdad.

EP3. La convivencia racial es una de las bases de la cinta. ¿Crees que España por fin ha aceptado su realidad multicultural?

Santiago Zannou. La realidad multicultural de este país ya no se puede esconder más. Estamos todos obligados a entendernos. Yo soy mulato, hijo de blanca y de negro; mis vecinos son gitanos; los del piso de abajo, árabes; los de enfrente, chilenos... Si hay una cosa que necesitamos aquí es generar nuevos referentes. Y que exista la posibilidad de que tú nazcas gitano o árabe y puedas ser actor o director. Esos referentes los tenemos que ir generando nosotros; es una responsabilidad de los directores el que no todos los personajes que estén delante de la cámara sean niñas guapas con el pecho grande y chicos con unos abdominales gigantes, sino que sean personas. A mí me gusta que los tres amigos de la película sean un gitano, un negro y un payo. Hasta hace poco esto era un chiste: "Van un gitano, un negro y un tal...". Pues mira, hemos convertido el chiste en película, y eso está bien.

EP3. ¿Cómo te sienta que enmarquen tu película dentro del "cine social"?

S. Z. Para mí todas las películas son sociales, porque hablan de la sociedad. No estoy muy a favor de las etiquetas, porque a lo mejor la próxima película que hago es de ciencia ficción.

EP3. ¿Qué tienen en común Carabanchel y La Mina, el barrio de Barcelona donde has rodado?

S. Z. El drama y el dolor. Yo creo que en eso coinciden todos los extrarradios de nuestras ciudades, esa dificultad de tirar para adelante, de tener un padre con mucho trabajo, poca pasta y muy pocas vacaciones.

EP3. ¿En tu caso ha sido así?

S. Z. Mis padres venden en el mercadillo desde hace 33 años. Él es pintor e intenta vender sus propios cuadros. Bueno, y muchísimas otras cosas, porque la gente a los mercadillos no va a buscar arte. Y mi madre le lleva en la furgoneta. Mi hermano y yo queríamos llegar un poco más lejos, no porque seas hijo de vendedores te tienes que quedar ahí. Mi madre siempre nos inculcó eso.

EP3. ¿Y en qué momento decidiste que necesitabas un cambio de tercio?

S. Z. Cuando me fui a Barcelona. Aquí en Madrid y en los grupos donde me movía pues, la verdad, no íbamos a terminar muy bien [risas]. Alguno ahora está preso y otros, desgraciadamente, echaron la juventud a perder. Yo tuve la suerte de darme cuenta de eso muy pronto, con 18 años, y decidí marcharme.

EP3. ¿La droga se ve en el barrio de una manera tan palpable como en la peli?

S. Z. Las drogas siempre están ahí, en mi barrio, y en todos los barrios. Da igual que seas de Carabanchel que del barrio Salamanca. Un director tiene que hablar, yo creo, de las cosas que conoce, y todo eso lo he visto de cerca. Si íbamos a tratar el tema tenía que ser de una forma muy realista también. A la droga hay que tenerle un cierto respeto, pero tampoco hay que esconderla.

EP3. ¿Por eso contaste también con actores yonquis y en desintoxicación?

S. Z. Para mí era una condición sine qua non para rodar. A mí, una persona que se levanta sin un duro y se hace sus "trucos del manco", sus triquiñuelas para conseguir una dosis, me transmite un talento y una viveza tremenda. Algunos, cuando cobraban después de su sesión de rodaje, se iban directamente a pillar.

EP3. Otro pilar de la película es el hip-hop, hasta incluyes un cameo de Mala Rodríguez.

S. Z. Yo a Jotamayúscula, la Mala..., todos los del old school, los conozco por mi hermano mayor desde hace muchos años. Quería incluir un personaje femenino que tuviera las cosas muy claras y tenía dos opciones: Ari o María [Mala Rodríguez]. Con Ari ya había hecho un videoclip y con la Mala nunca había trabajado.

EP3. ¿Con qué te quedas de tu época como realizador de videoclips?

S. Z. Con que las discográficas cada vez tienen menos pasta. Y eso a mí me ha dado una rapidez brutal a la hora de trabajar y buscarme la vida al rodar. Aparte de currar con algunos artistas que me gustan, como Cycle o Frank T.

EP3. ¿Te costó mucho sufragarte tus estudios de cine?

S. Z. Las escuelas de cine deberían estar subvencionadas [risas], son muy, muy caras. Para pagarla, yo he trabajado limpiando barcos, repartiendo publicidad, vendiendo bisutería, como camarero e incluso repartiendo pizzas sin moto, convencí al encargado de un Telepizza... Hasta que acabé la escuela y me ofrecieron un puesto como profesor de Análisis Fílmico.

EP3. En 2004 te nominaron al Goya al mejor corto por Cara sucia. ¿También era una historia autobiográfica?

S. Z. Totalmente. Trataba sobre un niño con el que los demás no quieren jugar en el cole porque es negro. Desgraciadamente, cuando yo era pequeño, la palabra multicultural no existía, es nueva. Y te machacaban por ser negro. Te llamaban chocolate, chococrispi, Nestlé, conguito, crunch, chocoplasta, mandinga, Kunta Kinte... Una putada, la verdad. Ir al colegio era una putada. Por suerte, los tiempos cambian, y ahora vivimos otra realidad, aunque hemos dejado atrás un racismo agresivo físicamente por otro más institucional o de clases. Pero eso tiene que servir para saber darle la vuelta y hacerte más fuerte.

EP3. Además de tu próxima película de ficción, este año tienes previsto rodar un documental sobre la inmigración con tu padre. ¿Qué puedes adelantarnos?

S. Z. La idea se me ocurrió cuando viajé a Benín, el país africano del que es originario mi padre. Con el primer dinero que gané en el cine quise ir allí para conocer una parte de mí que no conocía. Mi padre se marchó hace 37 años para no volver desde entonces, y ahora toda su familia está muerta. Quiero contar de primera mano la historia de un inmigrante, y quién mejor que mi padre para ponerle cara y ojos. Quiero que me explique si realmente han merecido la pena tantos años de sacrificio, de dolor, de estar en una tierra hostil, de dejar atrás tu país para que te reciba otro como si fueras un delincuente. Para mí, los inmigrantes son los grandes aventureros de nuestro tiempo, los Ulises actuales.

La conversación termina con un africano ofreciéndonos DVDs piratas. A Zannou le cambia la cara... de alegría. "Tío, en unos días estarán vendiendo mi película". Y se echa a la calle, a seguir saludando al barrio.

El truco del manco se estrena hoy.

Juan Manuel Montilla, <i>El langui</i>, y el director novel Santiago A. Zannou.
Juan Manuel Montilla, El langui, y el director novel Santiago A. Zannou.MARINO SCANDURRA

LA 'QUINQUIXPLOITATION'

Los tiempos cambian, pero la dureza de la calle no. Hubo días en que la delincuencia, las drogas y la violencia insuflaban nuestras películas. Revisamos el cine callejero español en cinco dosis.

1. Los pioneros

El cine español siempre había tratado a lo que en un tebeo de Makoki llamarían "piltrafas del arroyo" como ovejas descarriadas a falta de redención... hasta que, a finales de los cincuenta, un Carlos Saura intoxicado de neorrealismo y un Marco Ferreri dispuesto a sembrar para que otros recogieran le dieron un radical vuelco al asunto: Los golfos (1959) y Los chicos (1960), sus respectivas miradas a la perplejidad generacional de quienes habían nacido en lo que ya era Francolandia, abrieron camino. El propio Saura logró, 20 años más tarde, un hito del cine quinqui: Deprisa, deprisa (1980).

2. El clásico

Si los afroamericanos de los setenta tuvieron su cine blaxploitation, el infatigable José Antonio de la Loma fundó una no menos eficaz quinquixploitation para los jovencitos de extrarradio de por aquí con Perros callejeros (1976), donde el actor natural Ángel Fernández Franco recreaba las andanzas de un forajido de extrarradio llamado El Torete, que venía a ser eco mítico del por entonces tan popular en las páginas de sucesos El Vaquilla.

3. Las estrellas

La quinquixploitation y sus variantes de autor permitieron el inmediato acceso al estrellato de espontáneos orfebres del tirón y el afane, en una especie de revisión cine-de-barrio del sentido pasoliniano del star-system: Franco, Cuenca (o sea, El Vaquilla), El Pirri y otros sospechosos habituales encontraron su territorio de fama coyuntural donde la mitomanía se cruzaba con el malditismo. No todos sobrevivieron.

4. El director

Fue el más heterodoxo, el único capaz de crear una poética marginal con las herramientas del cine espectáculo de derribo ideal para programas dobles, pero vivió al filo, desapareció, reapareció y se volvió a ir para siempre. Su nombre era Eloy de la Iglesia y ahí quedan, eso sí, Miedo a salir de noche (1980), Navajeros (1980), Colegas (1982), el díptico de El Pico (1983-1984) y La estanquera de Vallecas (1987).

5. B.S.O.

Los Chichos, Los Chunguitos, Las Grecas... preferiblemente en cinta de cartucho para equipo de utilitario robado.

JORDI COSTA

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