El 'mestre' y el timbal
"Mestre, ¿el timbal más fuerte o va bien así?".
Tarde en el Auditori de Barcelona. Ensayo de orquesta. Quien pregunta es el director, Antoni Ros Marbà, y el interpelado, sentado al fondo de platea, es Jordi Cervelló, de quien la OBC y Markus Placci estrenan este fin de semana el Concierto para violín y orquesta. No ha reparado Cervelló en ese timbal. Acaso le ha distraído el periodista, que sigue la partitura a su lado (este oficio, a pesar de todo, sigue siendo un chollo).
La escritura de Cervelló es seriamente profesional, una aguja certera que cose un sólido tejido al que luego el compositor aplica tintes sin dañar texturas y volúmenes sin comprometer nunca el equilibrio, la arquitectura del edificio. Jordi Cervelló (Barcelona, 1935) ha estado trabajando sobre la forma estos últimos años. En 1999 "puso música" a la exposición I després de la forma, què?, que montó Jorge Wagensberg en el Museo de la Ciencia. En realidad, lo que el músico hizo junto con el científico fue iniciar una estimulante reflexión sobre la forma en y desde la propia música, la más matemática de las artes, según sentenció Pitágoras. Pues bien, esa reflexión ha seguido su propio camino. Si para aquella exhibición sólo tuvo una versión sintetizada -realizada por Albert Moraleda, otro gato viejo del oficio-, luego Formas para una exposición ha sido grabada por la Sinfónica de San Petesburgo, dirigida por Alexis Soriano (Fundación Autor). En la versión orquestal se aprecia de verdad el trabajo del artista, sobrio, contenido, para nada dogmático, que sabe compensar con gusto cierto experimentalismo de algunos pasajes con el impresionismo sin manías de otros. Cervelló, aparte de buen profesional, es un tipo amable y francamente divertido. Melódico, se diría. Para comprobarlo, basta con escuchar el scherzo en forma de hexágono.
La escritura de Cervelló es seriamente profesional, una aguja certera que cose un sólido tejido
Las escuelas no le han quitado el sueño. Iba para violinista, pero un accidente de coche en Roma le apartó de la carrera de intérprete. Desde entonces ha hecho vida de profesor de violín en horas lectivas, de crítico (lo fue de este diario) en algunas etapas más o menos dilatadas de su vida y de compositor, que es lo que de verdad es y se siente, cuando todo lo demás le deja. Ser compositor es complicado. Por ejemplo, esa música, grabada en Rusia, pero no se ha estrenado. En cambio, sí lo ha hecho -en Madrid, con Uwe Mund al frente de la Orquesta de RTVE- el Concierto para violín que se escucha ahora en el Auditori. Cosas de la vida. Pero Cervelló remite precisamente a esas formas y a lo que aprendió de ellas para explicar por qué poco después de aquella exposición se atrevió a abordar una forma mayor, cargada de historia, como es el concierto para violín y orquesta.
"Se lo debía al género, es mi testamento", apenas atina a decir al respecto. De la génesis de la pieza, apunta que tuvo la intuición del moderato inicial y que de buenas a primeras supo que correspondía a la forma del "concierto para violín", su violín, el que no tocó en las salas de conciertos pero que luego ha hecho cantar en sus obras, donde la cuerda -¡el tejido!- resulta, se habrá comprendido, fundamental. Una vez acabado el moderato, lo guardó y se puso a estudiar las grandes referencias: Beethoven, Mendelssohn, Brahms, Sibelius, Chaikovski, Prokófiev, Bartók. Lejos de agobiarse, encontró impulso para seguir. ¡Todo ello puede parecer ominoso para un hombre que está testando! En absoluto. Cervelló lleva puesta su mejor sonrisa. El scherzo (broma) final, con una endiablada cadencia que Placci resuelve limpiamente, es un retrato de artista que sabe reírse a tiempo.
El ensayo de la OBC ha concluido. La cuestión del timbal ha quedado pendiente. A la salida, Cervelló coincide con el percusionista, que le felicita. "Es la primera vez que me dicen que escribo bien para el timbal", se ríe el mestre.
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