Dineros y desdenes
Como se sabe, el Fondo de Inversión Local es uno de los instrumentos arbitrados por el Gobierno de Rodríguez Zapatero para paliar la crisis dándole vidilla a las agónicas haciendas municipales. Se trata por el momento de repartir 8.000 millones de euros, de los que 864 corresponden a la Comunidad Valenciana y 141 de estos a Valencia. Estas cifras no conllevan el remedio a la insondable depresión económica en que nos vamos sumiendo, pero es más de lo que los munícipes esperaban, como revela la diligencia con que los ayuntamientos han tramitado los miles de proyectos que optan a la subvención. En año de vacas flacas este dinero súbito ha venido a ser una suerte de maná que aliviará algo el desplome del empleo y en punto a iniciativas públicas salvará el ejercicio y la gestión de muchas corporaciones.
Resulta obvio que, en este capítulo, el Gobierno ha procedido a tenor de las necesidades apremiantes y en el marco de sus obligaciones y recursos. En tal sentido, nadie, sean partidos, ediles o ciudadanos, ha de mostrarse especialmente agradecido mediante alharacas. Otra cosa es que se discrepe de algunos aspectos, y muy otra, además, que por tirrias particulares o partidarias se muerda la mano de la Administración, como ha sido el caso del secretario general del PPCV, Ricardo Costa, para quien esta financiación extraordinaria es un "tocomocho". El belicoso Borja Mari, como es amistosamente conocido por sus correligionarios, ha sido cuanto menos y una vez más temerario con este desdén como revela lo muy deprisa que las alcaldías de su cuerda política se han acogido al presunto engaño. ¿Qué otra cosa podían hacer cuando no tienen otra alternativa, pues les consta la ruina de la Generalitat, víctima de la coyuntura, del déficit financiero autonómico en que la sumió el PP y también de sus propias prodigalidades faraónicas?
Pudo pensarse que, dada la excepcionalidad del trance, los consistorios concertasen las prioridades de estos fondos sobrevenidos, tal como han procedido algunos ayuntamientos. No ha sido ese el caso del cap i casal, donde el PP gobernante ha marginado de nuevo a la oposición distribuyendo las inversiones según su exclusivo criterio. Suya es pues la entera responsabilidad en la elección de los proyectos a desarrollar, lo cual, todo sea dicho, le trae al fresco a la alcaldesa Rita Barberá, habida cuenta del desarme de sus oponentes, anclados en la minoría, y la desdeñosa consideración en que a menudo les tiene. Pero hecha esta salvedad, hemos de suponer que todas las mejoras decididas vendrán a enmendar muchos de los rotos y descosidos municipales, quedando tantos o más en la lista de espera.
Entre estos, en espera u olvidados, permanece el plan para rehabilitar en Valencia la muralla árabe y su entorno, que está pidiendo su vez desde comienzos de los años noventa y cuenta con un proyecto aprobado en 2004. La citada primera edil debe pensar que si los maltrechos torreones y tramos del recinto amurallado que quedan han resistido diez siglos a la intemperie bien podrán aguantar alguno más abonando jaramagos y resistiendo el acoso de la basura y el desdén municipal. Pavimentar con material fonoabsorbente las grandes vías de la capital es sin duda más rentable electoralmente, aunque también es exponente de una lamentable sensibilidad.
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