_
_
_
_
_
INFINITO PARTICULAR | MÚSICA | Discos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La última sesión

No volvieron a estar juntos sobre un escenario. Y nunca más podrán hacerlo. Hace diez años que los protagonistas de Buena Vista Social Club, quienes participaron en las sesiones del disco, se reunieron para actuar en público. Estaban todos. Ry Cooder dirigía y filmaba Wim Wenders. Y las lágrimas emocionadas de Omara Portuondo, nada más terminar de cantar con Ibrahim Ferrer el bolero Silencio, quedaron registradas para siempre.

Estuvieron en Nueva York, en el Carnegie Hall, en julio de 1998. En abril, viajaron a Amsterdam, para dos noches maravillosas en el teatro Carré, a orillas de los canales. Tras la actuación, una curiosa imagen: mientras Ry Cooder y Nick Gold, dueño del sello discográfico World Circuit, conversaban discretamente de sus negocios en una esquina, y Wim Wenders se rodeaba de admiradores cinéfilos, los cubanos se habían hecho fuertes alrededor de la mesa de los canapés y las bebidas para su particular fiesta, en la que acogían con abrazos y risas a todo el que se acercaba.

De Ry Cooder se llegó a escribir que no había aportado nada al asunto: pues escuchen con atención el Chan chan en el que está su guitarra -The Edge (U2) comentó que siempre que alguien la toca con slide termina transitando por caminos ya pisados por el californiano- y comparen la intensidad musical con otras grabaciones del número de Compay Segundo. A Cooder le hubiera gustado tener en la grabación al Niño Rivera, el mayor tresero de Cuba, pero acababa de morir. Cooder lo había descubierto en un casete de las Estrellas de Areito y cuenta que al escucharlo pensó en el bebop y Bud Powell. En su siguiente viaje a La Habana quiso visitar a la viuda de Rivera para rendir homenaje al músico ya fallecido. Y pasó una tarde entera en su humilde hogar del barrio de La Víbora. Le confesó que había rezado por conocer a su marido porque el de Pinar del Río tenía el don. Con emoción y admiración enternecedoras el estadounidense tuvo entre sus manos el viejo instrumento de cuerdas del Niño y miró sus amarillentas partituras.

A Buena Vista se le reprochó que su éxito descomunal había cerrado la puerta a los jóvenes músicos cubanos y a cuanto se hacía entonces en la isla, que en realidad mostraba algo que ya no existía. Es probable. Pero podríamos quedarnos con unas palabras de Cooder: somos muy afortunados de que aún estén vivos y de poder disfrutar con su presencia porque su tiempo quedó atrás y nadie los va a remplazar. Que tuvimos suerte, la tuvimos. Dijo Cooder que "los ancianos poseen conocimientos de los que uno puede aprender. En este caso cuentan historias y no por motivos externos como la fama, el dinero o la codicia. Hay algo en su música íntimamente relacionado con la vida". Ahora, el disco doble en directo que ha publicado World Circuit (Nuevos Medios en España) nos permite volver a escucharles. Varios de ellos (Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Pío Leyva, Puntillita) se han ido, pero de alguna manera siguen aquí con nosotros. Tal como sonaron en el Carnegie Hall el 1 de julio de 1998. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_