Aquellos peligrosos caballeros
Cómo habría disfrutado nuestro Ingenioso Hidalgo de poder pasear por estas salas de la Biblioteca Nacional, en Madrid, y reencontrar en sus vitrinas, ordenados con primor, todos los libros de la afamada y torrencial progenie de su admirado Amadís! El enjuto Alonso Quijano, que había reunido en su aldea manchega una buena colección de esas historias caballerescas, a costa de esfuerzos y de vender algunas tierras, y leyó fervorosamente las que logró adquirir y se encandiló con ellas, aquí las habría encontrado todas, desde las primeras ediciones de los fogosos Amadises, Esplandianes, Palmerines, Clarianes, Floriseles, etcétera, hasta los postreros vástagos de esa prolífica, principesca y aventurera estirpe. Aquí se han reunido, como nunca, todos los libros de caballerías castellanos. Aquí se alinean, abiertos por sus primeras páginas, mostrando en sus portadas las estampas tópicas de un caballero de bella armadura y brioso corcel, todos los títulos que hoy se conservan del fabuloso repertorio de ficciones a las que sirvió de paradigma indiscutible el famoso Amadís de Gaula.
Durante un siglo la producción de los libros de caballerías abasteció las prensas de la Península de títulos nuevos y de reediciones de notables best sellers. Hubo unos ochenta títulos originales y cerca de trescientas ediciones (en España y Europa) que atestiguan el triunfo y empuje de esa literatura novelesca, que tuvo su principio y prototipo en el Amadís de Garci Rodríguez de Montalvo, de cuya primera edición conservada, de 1508, se cumple el quinto centenario. Gracias a las jóvenes imprentas los relatos fantasiosos de hazañas y aventuras caballerescas se difundieron y se desparramaron con asombroso éxito de público durante decenios. Desde la época de los Reyes Católicos hasta la de Felipe III, sus lectores fueron muchedumbre y, no por azar, su boga coincidió con el impulso hispánico de lejanas aventuras y conquistas. Cuando Cervantes escribe en el prólogo del que puede verse como el último de esos relatos, advierte que su parodia se propone "derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más". Ya agonizaba el género. El Policisne de Boecia, de 1602, último impreso de la serie, es con su afectado estilo, buen ejemplo de su crepúsculo. (Hubo aún algunas reediciones, textos manuscritos y muchos lectores rezagados). Fueron también numerosas las censuras, moralistas o literarias, contra sus mentiras y disparates a lo largo del siglo. El Consejo de Castilla prohibió una y otra vez la exportación a las Indias de esos libros peligrosos por sus quimeras. No tuvo éxito, las novelas caballerescas siguieron cruzando el océano en tropel y disimuladas bajo libros piadosos.
Exageraba el canónigo toledano del Quijote en su crítica, al decir que "todos ellas son una mesma cosa". Es cierto que estos libros se parecen mucho en su formato típico y en su esquema básico: la biografía caballeresca de un héroe de deslumbrantes hazañas contra endiablados enemigos, su amor esforzado a una bella dama o princesa, y viajes con retos y trepidantes aventuras, y merecido final feliz. El caballero, la dama, el escudero, el encantador y la maga, los gigantes y los enanos, las aventuras y batallas son herederos de la materia medieval artúrica y claros tópicos del roman francés. (Amadís es un émulo de Lanzarote, modelo del caballero errante y cortés). Las ficciones caballerescas tienen una arquetípica armazón, pero con variaciones de tono y matiz que descubrirá, con precisión y comodidad, quien lea el magnífico volumen Amadís de Gaula 1508 editado con motivo de esta exposición, comisariada por José Manuel Lucía Megías. Los lectores del género buscaban lo uno y lo otro: los tópicos de siempre y sorpresas y nuevos guiños. Algunos textos, como el Amadís o las Sergas de Esplandián, son idealistas y con fino mensaje ideológico, y otros sólo de diversión y entretenimiento. La "máquina" de abolengo medieval se moderniza con una retórica y una cortesía de tonos renacentistas, el erotismo se divierte en variantes picantes, y el repertorio de monstruos y maravillas aumenta con nuevas hipérboles.
Ese imaginario combinaba viajes exóticos, aventuras deslumbrantes y amores difíciles y ejemplares. Las estampas y grabados de la época que la exposición nos ofrece ilustran muy bien ese universo de fantasía colectiva, donde los libros se enlazan en varias continuaciones. Un novelista alargaba la historia de otro, y el relato avanzaba por entregas. Hasta doce libros tuvo el ciclo de Amadís, cinco el de Espejo de príncipes y caballeros, y otros muchos tuvieron secuelas más o menos esperadas. Claro signo, pues, de la coherencia de esas fantasías en una ilusión compartida, en tiempos en que la caballería era ya sólo juego nostálgico y fábula utópica.
Amadís de Gaula 1508. Quinientos años de libros de caballerías. Biblioteca Nacional. Paseo de Recoletos. 20-22. Madrid. Hasta el 18 de enero. Libros de caballerías castellanos (siglos XVI-XVII) J. M. Lucía y E. J. Sales. Laberinto. Madrid, 2008. 313 páginas. 19 euros. Amadís de Gaula: quinientos años después. Estudios en homenaje a J. M. Cacho Blecua. Edición de J. M. Lucía y María Carmen Pina. Centro de Estudios Cervantinos. Alcalá de Henares, 2008. 834 páginas. 60 euros.

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