Sudor, religión y un ajuste de cuentas con la memoria

La memoria, para Kristoffer Ardeña (Dumaguete, Filipinas, 1976), es un argumento que se plasma en infinitas tramas. Para su exposición Érase, que se exhibe en la galería madrileña Oliva Arauna hasta el 24 de enero, ha elegido cinco, materializadas en otras tantas piezas en las que experimenta con distintos medios, como la instalación a la performance, la fotografía, el dibujo o la escultura.

Sweat memories (Memorias de sudor, un juego de palabras entre el vocablo inglés para sudor, sweat, y el adjetivo dulce, sweet) es una instalación formada por las toallas que un avispado emprendedor empezó a ofrecer a los viandantes en una ciudad filipina. Cada una lleva el nombre de su usuario bordada. "El sudor es un producto de la memoria del cuerpo, literalmente. Me interesaba el paso de ese hecho físico de la memoria al concepto metafórico de la memoria", explica Ardeña. En Once there was a Virgin and her Kid (Antes ahí había una Virgen con su Niño), el artista explora la acepción de memoria como herencia cultural: utilizó una estatuilla de marmolina para dibujar sobre cien hojas de papel lija, en un proceso de creación y destrucción simultáneas.

El resultado es una virgen con niño descabezados y un ajuste de cuentas personal de Ardeña, que ha vivido ya la mitad de su existencia fuera de su país natal (en 1997 se instaló en San Francisco para estudiar pintura y dibujo y desde 2002 vive en Madrid): "La religión católica se ha ido borrando de mi vida. En Filipinas influye en todo. No es como en España, donde puede haber una cultura de raíces religiosas pero una vida laica".

La fragilidad de la memoria es el tema de la instalación Dinner dates, el diario del artista del año 2008 a través de las anotaciones, dibujos, citas y apuntes realizados en servilletas de papel. La obra es la huella de instantes que marcaron los hitos de un itinerario vital que pasó por Bucarest, París, Madrid, Luxemburgo... hasta acabar en la isla filipina de Leyte. La misma idea inspira dos vídeos, Sugarland (Tierra de azúcar) y Pure shores (Costas puras). El primero registra la descomposición de un mapa de Filipinas hecho con azúcar a cargo de las hormigas.

El segundo, el inútil esfuerzo de escribir los nombres de los compañeros de instituto del artista sobre la arena al borde del mar que, inexorablemente, son borrados por las olas: "Quería jugar a deconstruir el concepto de que la memoria es dulce. Lo cierto es que cada vez que recordamos construimos una ficción", dice Ardeña.

La última de las piezas que se exhibe en la galería es una urna funeraria en la que el artista depositó el polvo que resultó de borrar varios cuadernos de viajes escritos a lápiz. "La urna es el receptáculo de la memoria. Al final, es lo más importante que tenemos, es lo que da estructura a nuestra vida, lo que recoge nuestros valores, nuestra experiencia".