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Columna
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Contraturismo

La reportera de este periódico Rebeca Carranco tardó dos horas y 25 personas en dar con dos madrileños entre las 15.000 personas que copaban la Puerta del Sol de Madrid para tomar las uvas con las campanadas del nuevo año nueve. La fiesta fue todo un éxito. A juzgar por las cifras, se recogieron 1.600 kilos más de basuras que el año anterior, 26.500 kilos de desechos, sin reciclar y sin tasas, que recogieron 159 operarios del Servicio de Limpieza Urgente del Ayuntamiento cuando se dispersó la desenfrenada y alegre turbamulta. ¿Dónde estaban los madrileños? Tal vez a buen recaudo oteando a las masas foráneas y vociferantes que festejaban, aullando en diferentes idiomas y con múltiples acentos, la llegada de un año que nace con malos augurios. Más que celebrar la entrada, se celebraba, quizá, la salida del funesto 2008, año bisiesto y cataclísmico.

Recibir o despedir lo que sea, comprimido entre una masa, nunca me pareció un ejercicio sano

En la detallada crónica de Rebeca Carranco se refleja la muy diversa composición de la multitud jubilosa de la Puerta del Sol: valencianos, aragoneses, burgaleses, canarios, catalanes..., argentinos, ingleses, franceses, italianos, colombianos, alemanes y bangladesíes que se atragantaban con las uvas, 12 a un euro, que vendían ciudadanos chinos. La Nochevieja madrileña genera turismo, turismo de masas imantadas por el artero reloj que descalifica a los profanos que se adelantan con los cuartos y les deja fuera del juego y del rito.

Recibir o despedir lo que sea, apretujado y comprimido entre una masa botante y vociferante, en inestable equilibrio con 12 uvas entre las manos, nunca me pareció un ejercicio sano y divertido, sino un tormento innecesario y casi un deporte de riesgo. Primer premio: una semana en Madrid; segundo premio: dos semanas en Madrid.

Por lo que a mí respecta, el viejo chiste, que cada cual aplica a la ciudad de sus desdichas o de sus fobias, se cumple en Madrid cuando llegan las navidades y se condensa la masa apenas fluctuante del tráfico diario en un gigantesco tapón, los sumideros de los aparcamientos rebosan y los automóviles se quejan y los automovilistas se crispan y miran con los ojos vidriosos de envidia a los viandantes que han conseguido pisar el asfalto del centro de Madrid y caminan eufóricos a realizar sus compras navideñas en las franquicias o a celebrar sus ritos navideños y etílicos y beben y beben y vuelven a beber como los peces en el río y en la mar salada.

Existe una variedad del turismo de masas a la que se podría denominar contraturismo. El turismo de masas clásico se centra en paradisiacas playas, paisajes de ensueño y ciudades históricas y patrimoniales como Madrid. Hacer cola para visitar El Prado puede merecer la pena, aunque sería mejor visitarlo sin hacerla, pero la disponibilidad para hacer turismo de las masas que mueve el turismo de masas se encuentra limitada y concentrada en determinados momentos del año.

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El contraturista no es el que soporta a su pesar las incomodidades de los periodos vacacionales, sino el que busca intencionadamente el contacto continuo y, a ser posible, físico, con sus congéneres en vacaciones. Para tales especímenes, guardaba Madrid estas navidades un paquete muy especial, unas fantásticas vacaciones que comenzarían en el aeropuerto de origen, fundidos con los grupos de pasajeros, airados, pero unidos por su ira, por los retrasos de los vuelos con destino a Barajas, una experiencia de la que podrían gozar seguramente en el viaje de retorno con una prolongada espera en la T-4, gozando de todas las incomodidades allí puestas a su disposición. El paquete incluiría también varios días de estancia en un macrohotel del extrarradio para poder viajar, preferiblemente en hora punta, al centro de la urbe a placer. Otra actividad gratificante para el contraturista consistiría en recorrer en un bus turístico, y sin bajarse de él, los lugares más emblemáticos de la ciudad sumidos en el caos y en el estruendo propio de tan entrañables fechas.

Tras el culmen de la Nochevieja, aún queda el epílogo de la Cabalgata de Reyes, que garantiza cabalgantes atascos y nuevas oportunidades para abrirse paso a codazos. Por si aún no hubieran quedado satisfechos, el paquete de luxe introduciría una prolongación para asistir, en vivo y en directo, a los primeros momentos de las rebajas de enero, siempre competidas y emocionantes. En este año de saldos, que ahora se llaman outlets, los comerciantes de Madrid esperan vender un 15% menos, por eso conviene darse prisa e ir cogiendo sitio para la primera estampida, que nunca defrauda las expectativas.

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