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Cosa de dos
Columna
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Publicistas

Carlos Boyero

Noto con ahogo y anticipada nostalgia en los estertores de la quinta, extraordinaria y última temporada de The wire que me despido de una experiencia irrepetible. Me ocurrió con Los Soprano, Deadwood, A dos metros bajo tierra, Roma. Y como me pierde el énfasis peliculero me pregunto con exagerado dramatismo qué voy a hacer a partir de ahora con mis abstemias noches.

Dejo de autocompadecerme en la certidumbre de que casi todas las historias hermosas tienen obligatorio final cuando veo el comienzo de la segunda temporada de Mad men. Y constato que no se ha secado el grifo de la HBO, que el talento sigue en forma retratando a esos publicitarios que comienzan a mirarse la tensión, a comprobar que el infarto puede enseña sus fauces a los que curran al límite (aunque por fortuna todavía no utilizaban esa expresión tan cursi de "esoy estresado") inventándose ideas, imágenes, cebos y fórmulas para hacer que el personal compre un producto, un sueño, una mentira o una media verdad. Siguen en permanente compañía de un cigarro, un whisky y un machismo que no necesita coartadas, ancestral, legitimado. Ha llegado John Kennedy, las fotocopiadoras, las aerolíneas para ejecutivos, los publicistas muy jóvenes que conocen la metodología para venderle la moto a su generación. Y todo sigue modélicamente ambientado, con guiones de lujo, con actores creíbles, con diálogos y situaciones que rebosan inteligencia, complejidad y cinismo. Que cerebro tan potente y original el de su creador, Mattew Weiner. Como con David Chase y Alan Ball, a este fulano hay que seguirle continuamente la pista. Representan al gran cine disfrazado de televisión.

Me admira la agilidad mental, la creatividad, el cálculo, la profesionalidad del atormentado y sabio Don Draper, de ese mercenario al servicio de la publicidad. Imagino que a él también le asaltaría la vergüenza ajena observando algunas campañas. Por ejemplo: un spot en el que Messi y Villa le hacen una empalagosa y grotesca declaración de amor a sus madres (que también aparecen) porque desde pequeños les hacían comer unas determinadas natillas. Inmunizado para siempre con ellas.

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