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Columna
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Con grosería y expolio

Parece que el Levante UD lleva por fin camino de solucionar sus problemas económicos. Habrá no obstante que esperar a confirmarlo porque después de tantos sobresaltos y oscurantismos toda cautela es poca, si bien en esta ocasión hay que dar por cierto que se ha procedido al imprescindible cambio de propietario y un nuevo accionista mayoritario se hace cargo de la entidad. No es un supermillonario ruso subyugado por el clima valenciano, un ricacho de la "economía canalla" que describe Loreta Napoleoni, un opulento personaje aplicado al blanqueo de su fortuna, o siquiera un temerario prohombre indígena presto al rescate del zozobrante club. Nada de eso. A tenor de los datos conocidos, se trata de un industrial de Albacete que ha percibido por estos pagos una oportunidad de negocio y a él acude, tal cual ha declarado sin eufemismos: "Venimos a ganar dinero", han sido sus unívocas palabras. Una rara franqueza con visos de grosería.

No vamos a detenernos en las entretelas mercantiles de la operación, que por lo demás ignoramos más allá de los ambiguos trazos divulgados, pero sí en unos aspectos de la misma que a nuestro juicio merecen su glosa. En primer lugar, la nula épica deportiva que se desprende del trámite, ciertamente prosaico. Ni una alusión a los blasones histórico-deportivos, a la mortificada afición o el proyecto, que suele imponer el guión en estos trances, siquiera sea como coartada para alentar el sentimiento granota, esa emoción que "no se compra ni se vende", según proclaman, pero a cuya sombra y a menudo su inconsciencia se afanan botines. Esperemos a ver y pulsar cómo asimila la familia levantinista este cambio de propiedad con impronta manchega, vitola que, obviamente, no le impedirá ser aclamada con fervor a poco que se sucedan victorias y prometan fichajes.

Otra cosa es el pretendido negocio, que habrá de ser lucrativo con largueza para colmar las deudas que asfixian al club y rendir además golosos beneficios a sus titulares. El lucro buscado -que ya se propendía por los gestores cesantes y ha vuelto a evocarse en estos momentos- consiste en la nada imaginativa recalificación urbanística del actual estadio y la perpetración de un "pelotazo" amparado por las autoridades municipales, que de nuevo le sacarían así las castañas del fuego a una sociedad privada, por muy deportiva que se precie, a costa de suelo público y con precarias o nulas compensaciones.

Sin arriesgar conclusiones, lo cierto es que todos los indicios apuntan a un precedente, una repetición de la jugada que, preñada de irregularidades y trolas e impugnada ante los tribunales, se viene desarrollando para reflotar las escandalosas finanzas del Valencia CF. Solo que en este caso que nos ocupa ni siquiera pueden aducirse los manidos y dudosos argumentos de que se trata de un sentimiento ampliamente compartido y de que el graderío ha sido desbordado por la demanda. No es esa la circunstancia del Levante, que cuenta con una clientela sin duda acendrada y admirable, pero poco menos que testimonial, que ni siquiera será la beneficiaria del aparente y nuevo expolio de suelo público que se cuece a costa de un vecindario al que en su inmensa mayoría le importa un cuesco el fútbol y sus avatares. Una indiferencia que desgraciadamente abona la codicia de unos avisados y la transigencia o complicidad de otros, los políticos demagogos.

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