El peso y la ligereza
El Boletín Oficial
del Estado ha abandonado el papel. Sigue existiendo, claro, pero desde el inicio del nuevo año sólo es posible acceder a sus contenidos a través de la Red. La versión digital convivía ya desde hace un tiempo con la impresa, y no le iba mal: su media diaria de visitas era de unos tres millones. Si en el otro plato de la balanza se colocan los suscriptores que tenía la edición del BOE en papel -12.000-, es evidente que la versión electrónica gana por goleada. El Ministerio de la Presidencia, del que depende este boletín,
se ahorra con este salto a Internet unos seis millones de euros.
Forma parte de la lógica de los tiempos que se produzcan estas mudanzas. Y ya se ve que son sensatas, que permitirán ahorrar tiempo y dinero. También es verdad que semejantes cambios convierten en ruinas, en un instante, convicciones profundamente arraigadas durante milenios. Que leyes, decretos, reglamentos, sentencias y demás documentos oficiales pasen a tener la ligera consistencia de las cosas que circulan por la Red pondría los pelos de punta a Hammurabi, aquel rey que en la vieja Mesopotamia se encargó de que su código fuera tallado en un imponente bloque de diorita.
Ahí están, grabadas en caracteres cuneiformes (se pueden ver en el Louvre), las leyes que debían regir la convivencia entre
los súbditos de Hammurabi. También las Tablas de la Ley que recibió Moisés tenían un notable peso. Esa idea de la letra esculpida que no puede borrarse fácilmente, ese afán por la duración, esa voluntad de que lo legislado adquiera la solemnidad y el peso de la piedra (y de la letra escrita), todo eso se va obviamente al garete con un BOE al que se puede acceder con la misma facilidad con la que uno encarga online una cesta de bombones.
D e un tiempo a esta parte, hay una querencia por producir leyes, o enmendarlas, en cuanto se produce un escándalo y la gente de la calle se indigna. Se ha puesto de moda la idea de que las cosas sólo pasan si pasan por los juzgados, si interviene la ley. Y a cada rato hay que hacer alguna nueva. Por eso también hay que celebrar este BOE digital. Imaginen por un momento que a Hammurabi le hubiera tocado una ciudadanía
tan exaltada. ¡No habría salas en
el Louvre para acoger sus diferentes códigos!
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