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Cinco langostinos por preso

La cena de los 1.900 internos de Soto se rige por las matemáticas

Ya huele a detergente. Restan aún 40 minutos para la cena. Es una comida especial: es Nochebuena. En la cocina, cada pedazo de cordero está ya en su puchero; cada hogaza, en su cesta; cada turrón, en su bolsa. El detergente se mezcla con el aire a través del vaho que emana de las bandejas que limpian las mujeres, presas en la cárcel de Soto del Real. Arrancan los restos de grasa con ahínco y tesón, enérgicas, casi tercas. Apenas levantan la vista.

"Si trabajas, no piensas; es mejor no darle vueltas a nada en estos días", comienza Mónica, colombiana, de 38 años. El vapor se pega en sus pómulos firmes cuando levanta la vista. Su expresión, abatida, apenas cambia cuando recuerda a sus tres hijos, que viven ahora con su hermana en Colombia. No le tiembla la voz cuando advierte que, otro año más, no les dará regalos a medianoche. Pero las lágrimas ruedan de sus ojos a su barbilla sólo con pensar en ellos. Cumple dos navidades entre los muros de la cárcel desde que la detuvieron, en octubre de 2007, por tráfico de drogas.

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Hay buñuelos de postre. Dos por cabeza, en concreto. La prisión se rige por las matemáticas: dos buñuelos, cinco langostinos, una hogaza, 1.900 internos. Una presa colombiana, menuda y de ojos grandes, no quiere comer buñuelos. Le recuerdan a su vecina, que siempre los prepara en Nochebuena para los hijos de ambas.

Lidia, boliviana, de 28 años, entró en España con 800 gramos en bolas de cocaína en el cuerpo. Le ofrecieron 5.000 euros en su país. Aceptó, tiene cuatro hijos de 3, 6, 9 y 12 años; a los que no podía alimentar. "Dinero rápido", pensó, y acabó detenida en Barajas, sin haber visto un solo euro, una mula más a la espera de un juicio que se demora. "De Barajas a Soto", aseguran, una tras otra, las limpiadoras. Las 50 madres que viven en prisión con sus hijos menores de tres años son las primeras en cenar, con ellos.

Fuera, en el patio interior, los hombres recogen los carros cargados de comida. Exhalan vaho cada vez que respiran. Cuentan, con la inercia de la rutina, las bebidas, las bolsas de dulces navideños, las bandejas de comida. Revisan el caldo, el cordero y las dietas especiales. En grupos, los presos arrastran los carros hacia sus respectivos módulos. En la cárcel de Soto hay 17, 14 de ellos residenciales.

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José, español de 28 años, tira del carro del módulo 9. Lleva seis años preso. Aún le quedan 13 por cumplir, por asesinato con alevosía. "Yo no lo hice", asegura. "Pero ya me da igual. Sólo pienso en salir de aquí, volver a llevar una vida normal, tener mi intimidad y, sobre todo, estar con mi gente. Ellos son mi apoyo, siempre se les echa de menos, pero en estos días, más", asegura, camino del comedor, donde aguardan sus compañeros. Son las 19.30.

Dentro del módulo 9, cerca de 130 hombres aguardan la cena de Nochebuena. Bandeja en mano, llegan por fin los cinco langostinos, el cordero, el cazo de caldo, el pan, los buñuelos. Los primeros se sientan en mesas separadas. Nadie habla. Las paredes, el suelo, y las mesas tienen colores apagados. En el centro de cada mesa, un vaso de papel contiene un puñado de cucharas de plástico rojo intenso. Los hombres toman una cuchara y comienzan a cenar en silencio.

"Esto no es así todos los días", explican al profano, uno tras otro, los reos del módulo. "Es Navidad, nos cuidan. Después, siempre lo mismo: los lunes, lentejas; los jueves, cocido". "Es triste, muy triste, estar aquí hoy", asegura Miguel Ángel, condenado por robo.

Cuando se llena el comedor, estalla el bullicio. Los chistes. Algunos, los más veteranos, ríen. Los novatos fijan la vista en la bandeja metálica. El caldo está caliente, el cordero tibio, la lombarda -de régimen- fría y los buñuelos helados. Despacio, se apagan las voces. Media docena de hombres limpian, recogen, barren. "Pienso en cumplir media condena, en el adelantamiento de la condicional, en la expulsión de España, en salir de aquí, en estar con mi familia", explica uno, en una pausa. Frunce el ceño. Agarra la escoba y empieza a barrer de nuevo, con energía, con garra, casi terco.

Presos de Soto del Real toman sus bandejas con la cena de Nochebuena, el pasado miércoles.
Presos de Soto del Real toman sus bandejas con la cena de Nochebuena, el pasado miércoles.SAMUEL SÁNCHEZ

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