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Columna
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Piramidal

¿Dónde fueron a parar los trileros de la Gran Vía? Hay quien afirma que hace tiempo que se reciclaron y encontraron trabajo en bancos y entidades financieras, donde siguieron practicando sus mañas seculares. La mano es más rápida que la vista, ahora lo ves y ahora ya no lo ves. ¿Dónde está la bolita? ¿Dónde fue a parar tu dinero? En los últimos paraísos posibles, que son los paraísos fiscales, se acumulan los botines de sus rapiñas. Los trileros de la Gran Vía, ligeros de manos y de piernas, timaban especialmente a los forasteros incautos que se dejaban atrapar por los efímeros tingladillos sobre los que volaban las tres cartas combadas. Los ganchos atraían con sus presuntas y fáciles ganancias a los pardillos encelados con el dinero fácil. ¿No les suena?

El personal empieza a buscar otro escondite para sus ahorros, no vaya a ser que se los roben

Los trileros aún en activo siguen actuando en Madrid, pero se han desplazado, eso dicen los periódicos, por ejemplo, a las proximidades de la estación de Atocha, secular vivero en el que capturar presas fáciles, viajeros deslumbrados en su primer contacto con la caótica urbe. En estos contornos cazaban Tony Leblanc y Antonio Ozores, magistrales intérpretes del timo de la estampita en una entrañable película, Los tramposos, recetario ilustrado de la picaresca madrileña y de sus ocurrentes sistemas para desplumar al prójimo de forma artesanal.

La sociedad era bastante indulgente con los timadores, por su ingenio y porque se aprovechaban de la avaricia y del afán de lucro de sus víctimas, a las que convertían en sus cómplices. ¿Les va sonando?

A muchos de los inversores timados en las últimas estafas financieras les perdió también su desmedido afán de lucro fácil y rápido, y se dejaron engatusar por habilísimos ganchos con grandes despachos y trapos de Armani, presuntamente avalados por empresas presuntamente solventes y fiables. Picaron y siguieron picando los pardillos en perversos juegos piramidales. La estafa de la pirámide es una de las más viejas del mundo, un truco que ya debían practicar los egipcios en tiempos de Ramsés II. Una estafa faraónica perfeccionada al paso de los siglos con la incorporación de nuevas tecnologías. Esta vez los incautos creían en las pantallas de los ordenadores y pensaban que el dinero virtual era dinero real, aunque había dejado de serlo en cuanto pasó de sus manos a las de los inversionistas.

"El escándalo Madoff hace temblar a la aristocracia financiera mundial" titulaba en su primera página este periódico el pasado domingo, y seguía: "La estafa sacude a bancos internacionales, hedge funds y grandes fortunas". Bernard Madoff era un trilero de lujo, el trilero de los grandes trileros, el listo del nuevo timo de la estampita, el constructor de la mayor pirámide financiera de la historia, lujoso mausoleo donde enterraron sus tesoros grandes profesionales, se suponía, de las altas finanzas. Individuos que deberían haber sabido cómo funcionaba el viejísimo truco, entre otras cosas porque muchos de ellos se habrían enriquecido con tramas similares.

¿Se imaginan ustedes a un banquero de prestigio, o a un financiero de colmillo retorcido picando con la estampita o con el trile? Si no la tuvieran ya, se les quedaría cara de imbéciles, o se les caería la cara de vergüenza, otra cosa que no deben tener, porque quizás la hayan invertido en futuribles.

Los grandes inversores hacían cola para ser timados por el señor Madoff, era un privilegio que el ex vigilante de playa, que se hizo a sí mismo y eligió hacerse así de listo, manejara sus capitales. El truco funcionaba porque el viejo zorro presentaba su trama como un club sólo para élites, una asociación secreta en la que sólo se dejaba entrar a unos cuantos elegidos. A todo el mundo le gusta que le elijan, todo el mundo quiere entrar en los sitios en los que se les prohíbe la entrada.

El apocalipsis financiero no ha hecho más que empezar, el castillo, la pirámide de naipes, sigue desplomándose con estrépito. La ilusión era cosa de ilusos, incautos que pusieron su granito de arena en la gran y desquiciada obra. No es una quiebra, es un fraude, y, por tanto, no habrá indemnizaciones ni compensaciones, advierten los bancos afectados. Y el personal, cada día más escamado, sabiendo que ni siquiera los bancos fían a los bancos y que a los banqueros encargados de custodiar sus flacos capitales también los estafan, empieza a pensar en buscar otro escondite para sus ahorros, no vaya a ser que se los roben a sus custodios. Debajo de un ladrillo, no, por favor, que empezamos así y miren cómo nos ha ido.

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