Sayed
El miércoles pasado, Reporteros sin Fronteras lanzó su campaña anual de apadrinamiento de periodistas encarcelados. Es una buena iniciativa, porque la visibilidad mediática es un arma poderosa contra el horror y a menudo la única defensa que poseen las víctimas. Pero es inevitable sentirse como quien intenta vaciar el mar con un vasito, porque ahora mismo debe de haber en el planeta millones de personas perseguidas por sus ideas, millones de héroes anónimos que luchan por su dignidad y la de los demás. Ellos son la sal de la tierra, los constructores del mundo, pero están solos y no caben en el pequeño vaso de este artículo.
Por lo menos hablaré del periodista que he amadrinado, Sayed Perwiz Kambakhsh, un afgano de 23 años que bajó de Internet unos artículos críticos con unos suras del Corán especialmente machistas. Todos los antiguos libros sagrados, la Biblia incluida, están desfasados en el tiempo y contienen fragmentos tremendos: el problema no es el Corán, sino la manera en que los integristas manipulan la religión y la política. Como en el caso terrible de Sayed. En enero, el chico fue detenido, torturado y condenado a muerte por blasfemo en una burla de juicio a puerta cerrada y sin abogado. El escándalo internacional hizo que el tribunal de apelación anulara en octubre la pena capital, pero la conmutó por 20 años de cárcel. Veinte años por bajar unos textos de Internet, por ser empático con los derechos de la mujer, por desear una sociedad más justa. En el ensangrentado Afganistán, los talibanes van recobrando terreno cada día: ya controlan el 72% del país. Son los mismos talibanes que imponen la burka, que prohíben las escuelas para niñas e impiden que las mujeres salgan solas a la calle. La barbarie avanza, y sólo la débil fortaleza de los Sayed le corta el paso. Hay que ayudarlo.
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