Dos años de misterio
Las pruebas sobre el envenenamiento de Litvinenko permanecen en secreto y la investigación británica sigue sin novedades
El segundo aniversario de la muerte de Alexandr Litvinenko, el pasado 23 de noviembre, pasó completamente inadvertido en un Londres cuyos habitantes encaran con aprensión las compras navideñas en plena recesión económica. Dos años antes, un conato de alarma había cundido en la capital británica al trascender la muerte del ex espía ruso por envenenamiento con plutonio-210 en pleno centro de la ciudad. La policía británica halló restos radiactivos en el hotel Millenium, en un restaurante japonés donde el antiguo miembro del FSB degustó uno de sus últimos almuerzos -ambos lugares, ubicados en el corazón londinense- e incluso en varios aviones del aeropuerto de Heathrow en los que habían viajado ciudadanos rusos.
La fiscalía de la Corona exigió a Rusia, en mayo de 2007, la extradición del empresario Andréi Lugovói como principal sospechoso en el asesinato de Litvinenko. La negativa de Vladímir Putin, entonces presidente -y hoy primer ministro- provocó roces que se proyectaron incluso al ámbito de la cooperación cultural: los rusos amenazaron con vetar una ambiciosa exposición en la Royal Academy consagrada a las joyas pictóricas de sus grandes museos bajo la excusa de reclamaciones sobre su propiedad. La lectura política del suceso fue más allá de privar al público de la contemplación de las obras de Kandinsky, Matisse o Picasso. Rusia controla la llave energética que alimenta a la Unión Europea y quiso recordar con ese gesto -aparentemente inocuo- su poderío.
Desde entonces, las noticias sobre la progresión del caso Litvinenko, Sasha para sus allegados, han sido nulas, tal como ha subrayado Marina, la esposa del espía asesinado. Ella ha creado una fundación con el nombre de su marido y escrito un libro (Muerte de un disidente. El envenenamiento de Alexandr Litvinenko y el regreso del KGB) en colaboración con Alex Goldfarb, pero hasta la fecha no ha obtenido respuestas. Todas las pruebas recabadas por Scotland Yard, incluidos los datos científicos relacionados con el origen del plutonio, permanecen selladas como documentos clasificados.
Alexandr Litvinenko fallecía a los 43 años en un hospital londinense días después de declarar a la BBC desde su lecho de muerte que había sido envenenado y que conocía a los autores, aunque nunca desveló un nombre. Su trágico recorrido comenzaba el 1 de noviembre de 2006, cuando aceptó tomar el té en compañía de los hombres de negocios Andréi Lugovói y Dmitri Kovtun en el bar de un céntrico hotel de Mayfair. Las investigaciones apuntan a que esa taza resultó letal. Los dos interlocutores alegaron la pretensión de sondear los servicios del ex espía exiliado, quien no sospechó nada, a pesar de hallarse en Londres bajo la protección del magnate Borís Berezovsky, acérrimo enemigo de Putin. Este último -que forjó su fortuna con la privatización del petróleo de la antigua Unión Soviética- había huido a Londres en cuanto Borís Yeltsin traspasó los poderes a su sucesor en Rusia.
La siguiente cita de Litvinenko estaba fijada en un restaurante nipón de Piccadilly para reunirse con el oscuro profesor napolitano Mario Scaramella, experto en espionaje ruso, quien deseaba tratar con él sobre el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya, un mes antes en Moscú, y sobre una supuesta lista negra de opositores elaborada por los servicios de inteligencia rusos. Esa misma noche empezó a sentirse mal y vomitó, aunque lo atribuyó a una gripe. Diez días después ingresó en el hospital universitario de Marylebone, donde su estado fue deteriorándose hasta la muerte. Los análisis médicos confirmaron que había estado expuesto a isótopos radiactivos.
Las pruebas difundidas o filtradas apuntan a Lugovói como presunto ejecutor. Pero la pregunta clave que permanece en el aire es quién le dio las órdenes. Ese interrogante sigue sin respuesta. -
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