La guerra civil del PP
Que el acto final del drama del PP de Alicante se celebre sobre el escenario del Teatro Circo de Orihuela no deja de ser una cruel ironía; pero que los populares alicantinos se encuentran inmersos en una auténtica guerra civil, con dos bandos enfrentados y sin ninguna esperanza de que se produzca una reconciliación a medio plazo es una amarga verdad. Gane quien gane hoy el congreso provincial existe la convicción, al menos entre militantes veteranos del PP, de que todos serán perdedores, El presidente de la Generalitat ha empeñado su poder y su prestigio para conseguir, si es que la logra, una magra y cruenta victoria. Y lo mismo se puede decir de su adversario (¿o cabe ya decir enemigo?) José Joaquín Ripoll. El presidente de la Diputación también ha utilizado todos los resortes a su alcance para ganar el congreso.
Llama la atención el esfuerzo y la saña con que se han empleado ambas partes cuando, al decir de todos los observadores, esta pelea podría haberse evitado con sensatez, habilidad e inteligencia política. Tres virtudes que, obvio es decirlo, no han se han dado en todo el proceso. A Ripoll se le echa en cara su manera de gestionar la corporación provincial, utilizando de manera sectaria las ayudas de la institución y algunos de los dossiers que disponía. Es una acusación fundada. Pero ese mismo Ripoll fue el que aportó todos sus votos a la elección de Camps como presidente regional y está por ver que alguien hiciera remilgos a esos apoyos.
¿Se podía haber evitado está auténtica guerra de trincheras del PP alicantino? No son pocos los que están convencidos de que sí. Muy probablemente hubiera bastado un poco de mano izquierda y la voluntad de ofrecerle una salida política airosa al presidente alicantino. Pero la dirección regional decidió presentar batalla con todo el respaldo de la maquinaria del partido y la institucional. Paradojas de la vida Camps ha tenido que soportar una campaña emocional idéntica a las que el protagoniza cada vez que se sube a la chepa del anticatalanismo o señala acusador: "¡Zapatero es culpable!". Ripoll se ha descolgado con el "¡Puta Valencia!" y "Camps nos quiere robar la autonomía provincial". Es lo que tiene la llamada a los sentimientos: La sinrazón aprovecha para ocupar todos los espacios.
Una corriente mayoritaria de opinión está convencida de que la bronca alicantina es esencialmente provincial y no tiene nada que ver con lo qué pasa en el resto del PP. ¿Pero tiene que ser, necesariamente, sí? Abramos el foco para ver qué ocurre. Para nadie es un secreto que Mariano Rajoy tiene un serio problema de liderazgo interno en su partido, minado como está por un sector crítico que tiene sus más claros referentes en la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y el ex presidente del Gobierno, José María Aznar. ¿Y Eduardo Zaplana? ¿Seguro que está jubilado de la política en ese estanque dorado que es Telefónica? ¿No tiene nada que ver con lo de Alicante? Porque no por casualidad los bandos que se confrontan hoy en Orihuela son una proyección de la crisis nacional que sufren los populares. Camps fue el más firme valedor de Rajoy en el congreso de Valencia. Se me objetará que Ripoll también, pero el suyo fue un respaldo distante. Y la única posibilidad que tiene de seguir siga en política a medio plazo, caso de que gane el congreso, va a depender mucho de cómo se resuelva la crisis española.
¿Seguro que Zaplana no tiene nada que ver con lo que ocurre en Alicante?
Dos anotaciones para concluir. Las heridas producidas por la guerra civil del PP tardarán en cicatrizar y hay mayorías (la del Ayuntamiento de Alicante, sin ir más lejos) que se pierden por un voto. Y dos: La CAM sigue siendo el nada oscuro objeto de deseo del presidente de la Generalitat que ya tiene en Modesto Crespo, presidente de Coepa, el sustituto de Vicente Sala. Hoy en Orihuela también se juega eso. Pero el consejo de administración de la caja alicantina es un puzzle maldito de muy difícil solución a la hora de conformar mayorías.
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