La manifestación
La Giunta de Emilia Romaña, una de las regiones italianas más ricas, ha adelantado la fecha de las rebajas invernales al 3 de enero de 2009, pero la Junta de Andalucía da un día más de oportunidades: las rebajas empezarán el día 2, viernes, después de la larga resaca de Nochevieja y el primer día muerto del año, esa fiesta vacía, sin tiendas abiertas ni periódicos. Se vende poco y hay que liquidar mercancías. Los comercios quieren volver a llenarse, y no en época de derroches, sino de escasez, de gasto a bajo precio. Las rebajas son una forma de ahorrar comprando, como si gastando lo poco que tienes tuvieras más.
El adelanto de las rebajas de enero es un episodio histórico, recordaba Fernando J. Pérez el jueves en estas páginas. Por primera vez en la historia las rebajas empiezan antes de la llegada de los Reyes Magos, y esto quizá anuncie el destronamiento definitivo de los Reyes de Oriente, derrocados por Santa Claus, Papá Noel, o, en Italia, Babbo Natale, que ha vencido allí a la Befana, la vieja que por la chimenea deja regalos a los niños en la misma fiesta del 6 de enero. "Befana", como me explicaba mi amigo el fotógrafo Vanni Rossi, es la deformación popular de la palabra "epifanía", o manifestación de la divinidad a los Reyes Magos. La liquidación, el destierro de la Befana y de los Reyes, es previsible desde hace años.
Dos días de regalos caros, Navidad y Reyes o Befana, son demasiados días, sobre todo en tiempos difíciles, cuando buscamos asilo en los centros comerciales como en la Edad Media se recurría a las iglesias y los monasterios. Los grandes almacenes son estupendos lugares de recogimiento, sin ventanas, sin relojes, a salvo, mientras compramos en esta época de cambios, turbulenta, feliz para quien piense que es mejor vivir el nacimiento de una era que aburrirse en tiempos adormilados y paralíticos. Ahora que todo se mueve, consuela volver a viejos ritos como las rebajas, aunque sean una tradición recién inventada, que debe de tener poco más de medio siglo y hoy parece una cosa de toda la vida.
Mengua el comercio y hay miedo en las calles vacías de las ciudades costeras, y en las del interior, porque en todas partes las rebajas empezaron hace un mes, en secreto, pero anunciadas en los escaparates de ropa al 50%. La realidad es distinta de la burocracia de las fechas oficiales. Las rebajas son algo más que limar precios. Son algo sentimental, psicológico, porque los fanáticos de las rebajas disfrutan en días señalados de la emoción de participar en un movimiento de masas. La convocatoria oficial a las rebajas es, en realidad, una llamada a manifestarse a favor del mercado. Cunde entonces la euforia de que el dinero crece, vale más, como si hubieran aumentado los salarios reales, como si no fuera verdad que en los últimos cinco años se ha duplicado o triplicado silenciosamente el precio de casi todo. Este acto de adhesión a la economía de mercado es muy necesario este año, después de los últimos expolios financieros.
Las rebajas son una especie de carnaval económico: sobra mercancía y se abarata, pero la demanda disparatada de la multitud al asalto no encarece inmediatamente la oferta, sino que la abarata aún más, y en el tumulto los compradores alcanzan un momento de igualitarismo masivo que no reniega de la lucha egoísta por llevarse la pieza mejor. Así que tiene sentido que la Administración fije la fecha de la convocatoria. Los gobiernos se parecen cada vez más al prior de un convento o a un buen padre, vigilante de su familia. El apagamiento de adornos navideños en la calle, como el adelantamiento "extraordinario y excepcional" de las rebajas, es también publicidad de la crisis: una llamada a la meditación sobre el estado de la economía y una invitación a gastar en masa y barato a partir del día 2, porque caro, e incluso supuestamente barato, se puede comprar hoy mismo.
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