Perfúmese con libros
Con que el libro es un bien refugio para épocas de crisis, ¿eh? Juá, juá, es que me parto. Como los editores españoles han acabado por creerse su wishful thinking a costa de repetir una y otra vez el ya célebre mantra, la avalancha de novedades que se ha precipitado sobre las librerías y libródromos es de las que no se recuerdan. Todos locos por poner a navegar sus calafateados bienes-refugio en el poco estimulante océano de la crisis: el libro sustituyendo a las horribles corbatas que se le regalaban a papá, a los apestosos (y carísimos) perfumes que Santa (antes Papá Noel) le iba a dejar a mamá, a los mesmerizantes videojuegos que Melchor y sus camaradas habrían dejado al nene y la nena, a los viajes low cost que planeaban enamorados deseosos de huir de las entrañables fiestas. Es como si las editoriales hubieran echado el resto en respuesta a un dios del Libro que hubiera lanzado la consigna de "tonto el último". El otro día, en la librería de Antonio Méndez, volví a confirmar lo que venía percibiendo en mi trabajo de campo desde principios de noviembre: la producción editorial del último trimestre ha sido tan abundante que, aun en el caso de que el libro se convirtiera en un regalo sustitutivo -una especie de ersatz de un bien superior e inasequible-, las devoluciones posnavideñas van a ser de las que hacen época. Sospecho que hay libreros que ya están volviendo a meter en las cajas lo que no cabe en las mesas (y eso que todas tienen larga lista de espera). Y, para colmo, con el cuento del valor refugio, el precio medio de las novedades ha aumentado sensiblemente: los libros en tapa dura, los abundantísimos coffee-table books, las obras de referencia, las biografías, los libros nostálgicos de gran formato, junto con la menor presencia de ediciones de bolsillo, son los responsables del incremento. De acuerdo: los editores han aguzado el ingenio para conjurar la crisis. Pero también lo han hecho los libreros, que seleccionan escrupulosamente lo que van a colocar en el limitado espacio de sus mesas de novedades, donde cada centímetro cuadrado es ahora más caro que nunca. En cuanto a ustedes, improbables lectores, aprovechen la enorme variedad de la oferta navideña procurando aquilatar precios y calidades: recuerden que, además de lectores, somos consumidores con derechos. Y, sobre todo, regálense y regalen libros, sin preocuparse de dónde van a sacar el tiempo y la tranquilidad para leerlos. Tengan presente lo que decía Azaña (Obras Completas editadas por Santos Juliá; Taurus; tomo VII, página 428): "El verdadero aficionado a los libros sabe que el placer concluye con su adquisición; mejor dicho, que la delicia suprema consiste en tener el libro a nuestro alcance, en saber que es posible leer en él... y luego no leerlo". Un sabio, el viejo republicano. Y un propagandista inesperado del regalo-refugio.
Tengan presente lo que decía Azaña: "La delicia suprema consiste en tener el libro a nuestro alcance, en saber que es posible leer en él... y luego no leerlo"
Llorando
A estas alturas del mes, todo el pescado, si no vendido (¡ojalá!), está al menos colocado. Los libros que no estén distribuidos tendrán que esperar hasta la cuesta de enero, que, tal como van las cosas, se presenta más bien como una muy engrasada (para dificultar aún más la ascensión) rampa vertical. Bueno, no me hagan mucho caso: ya saben que soy de natural ceniciento. Y además llevo un buen rato escuchando a Clapton (Unplugged, 1992) interpretando el viejo blues de Jimmie Cox (1923) Nobody knows you when you're down and out, que podríamos traducir como "nadie te hace ni puñetero caso cuando estás hecho polvo", lo que no contribuye precisamente a levantarme el ánimo. Y además tengo demasiado recientes los datos proporcionados por el iluminador Estudio sobre los hábitos de lectura de los universitarios españoles, publicado por la Fundación SM y basado en una amplia encuesta realizada a estudiantes (19-25 años: tomen nota de la edad, por favor) de diferentes facultades y universidades españolas. Y, qué quieren que les diga, los resultados no son como para lanzar cohetes. Además de que sólo un 57% puede ser considerado lector frecuente (lee al menos "alguna vez a la semana") y de que un 16,3% no lee nunca o "casi nunca" (el resto lee "alguna vez al mes o al trimestre"), los 12 libros más leídos en su tiempo libre están firmados por autores como Dan Brown (cuatro títulos), Ken Follett, Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones, J. K. Rowling, Patrick Süskind, Arthur Golden, Noah Gordon y Paulo Coelho. Ya presentía yo que la Universidad española estaba viviendo una nueva Edad de Plata. Más vale que tomen buena nota de cómo está su target "objetivo" las heroicas 59 editoriales universitarias que en 2007 publicaron 2,3 millones de ejemplares de 4.759 títulos de todas las materias (consúltese www.une.es ). Y conste que nada más lejos de mí que invitarlas al suicidio colectivo. No, por Dios, que son días muy señalados.
Clásicos
Fue Alba, que ahora celebra su 15º aniversario, la que demostró a editores anteriormente escépticos que se podían editar dignamente clásicos universales sin necesidad de tener que cerrar el negocio a los tres meses. La pequeña editorial del grupo Prensa Ibérica -propietario, además de un montón de cabeceras de prensa regional, de la editorial británica Allison & Busby- ha basado el éxito de su colección de clásicos (100 títulos en catálogo) en cinco firmes patas: alternancia de títulos "imprescindibles" y rarezas atractivas (una labor en la que destaca la labor del novelista Luis Magrinyà), traducciones cuidadas, ausencia de notas disuasorias (se supone que el lector no es un rematado imbécil), diseño atractivo, precios (casi siempre) razonables. Bueno, el ejemplo ha cundido y ahora la oferta es mayor y más diversificada. De entre los clásicos que me han llegado en las últimas semanas selecciono los que me han parecido más interesantes (casi todos, por cierto, más bien "modernos") y que culminan la montaña formada sobre mi mesa de noche. Ahí van: Las confesiones de un italiano, de Ippolito Nievo (El Acantilado, traducción de José Ramón Monreal), un estupendo Bildungsroman (en su primera parte) en el que uno puede saltarse sin mayores problemas algunos capítulos (más tediosos) del final; Memorias de un setentón, de Ramón de Mesonero Romanos, una excelente muestra de la literatura memorialística del romanticismo, editada primorosamente en esa estupenda colección de Crítica que es El Tiempo Vivido; Cuentos esenciales, de Guy de Maupassant (Mondadori, también traducido por Monreal), un "ómnibus" (1.268 páginas) con sus mejore(1.268 páginas) con sus mejores relatos; las Obras Completas de Gabriel Miró (Biblioteca Castro), cuyo tercer y último volumen acaba de llegar a las librerías. Y cierro con el célebre ensayo (hoy de nuevo actualísimo) de Étienne de la Boétie Discurso de la servidumbre voluntaria, publicado ahora (Trotta) en traducción de Pedro Lomba. En total, casi 6.000 páginas para llevarse a la isla desierta con el iPod bien cargado de su música favorita. De nada.
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