El absurdo de LeBron
Un amigo mío que trabaja para el equipo directivo de un club de la NBA estuvo hace unos días en la ciudad. Había venido a ojear un partido universitario y después se pasó por casa para saludarme. Nos sentamos y estuvimos poniéndonos al día de nuestras cosas un buen rato antes de que se percatara de que alguien estaba hablando en la televisión del futuro de LeBron James. Soltó una exclamación y después se rio señalando lo harto que está de oír hablar de LeBron y de la inminente finalización de su contrato. Inminente en 2010, por supuesto.
En la cultura actual de la información deportiva, a las cabezas parlantes les encanta hacer pronósticos. Su afán por cotorrear sin parar sobre un futuro incierto nace de una necesidad de rellenar el espacio de emisión, que, a su vez, nace de la aparentemente insaciable sed de información de los espectadores.
Es imposible saber qué pasará hasta 2010, cuando James sea libre. Podría romperse las piernas imitando a Batman
Al igual que mi amigo, desearía que pararan.
Mientras conversábamos sobre lo absurdas que son todas estas especulaciones, mi amigo se dio cuenta de que estaban hablando en la televisión de los Thunder de Oklahoma City. Los Thunder (conocidos anteriormente como los SuperSonics de Seattle o, para los más jóvenes, esa generación alimentada de abreviaturas, los Sonics) son verdaderamente lamentables. El equipo no cuenta en sus filas con ninguna superestrella ni tiene posibilidades reales de ganar con regularidad. Pero ése era el plan. La directiva tomó la decisión de acumular jugadores jóvenes y fichajes del draft con la esperanza de ser capaces de ir forjando un equipo poco a poco. De acuerdo con ese plan, las cosas van sobre ruedas. El único problema es que el equipo está en una ciudad nueva y, de momento, los aficionados de dicha ciudad no sienten una especial lealtad por el equipo. Si los Thunder firman un registro de dos victorias por 80 derrotas, lo más seguro es que tengan que salir por piernas igual que un mal sheriff en tierras de Montana.
Por tanto, los planes cambian. Mi amigo reconoció que era posible que los Thunder tuvieran que abandonar su movimiento juvenil, al menos provisionalmente, y fichar a unos cuantos jugadores que les ayuden a ganar unos cuantos partidos.
Es imposible saber lo que podría pasar de aquí al verano de 2010 cuando James sea un jugador libre. Podría romperse las dos piernas imitando a Batman. La Segunda Gran Depresión podría acabar con la economía de la NBA y situar el salario mínimo de la Liga en seis euros por partido. Podría aparecérseme Dios y acabar convertido en el jugador libre del momento. (Esta última opción, por supuesto, es la menos probable, lo cual me entristece un poco).
Cuando terminamos de hablar, mi amigo se despidió y yo me fui a la cama. A la mañana siguiente, me despertó un mensaje suyo en el que me pedía que, por favor, le enviara su chaqueta. Se la había dejado en mi casa, que es algo con lo que podía identificarme, ya que es la clase de cosa que yo hago continuamente. Lo interesante de su olvido es que jamás lo habría previsto. Dio por sentado que su chaqueta se iría detrás de él cuando se marchara de mi casa. Cualquiera de la televisión, si la televisión se dedicara a hacer pronósticos sobre chaquetas, habría vaticinado lo mismo. Pero no pasó. Del mismo modo que cualquier futuro que se le vaticine a LeBron James probablemente no se cumplirá. Sólo espero que alguien se dé cuenta antes de que tenga que desenchufar la televisión.
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