De la acera a la calzada
Los ciclistas acogen con expectación y reservas por la falta de civismo de los automovilistas la introducción en Valencia de las ciclo-calles
La puesta en marcha en Valencia este mes de 2.100 metros de ciclo-calles, vías señalizadas en la calzada en las que se prohíbe circular a más de 30 kilómetros por hora y en las que los ciclistas tienen preferencia, ha sido acogida por el colectivo afectado con expectación, por la ampliación de las posibilidades de movilidad en bicicleta, limitadas a la caótica e inconexa red actual de 70 kilómetros de carriles-bici. El proyecto es llegar a los 130 kilómetros de ciclo-calles, pero plantea reservas por los problemas de convivencia con los automovilistas, renuentes a ceder espacio y prioridad a las bicicletas.
La idea, presentada como novedosa, viene de lejos. En 1998, Antonio Llópez, miembro de Valencia en Bici, colectivo integrado en Acció Ecologista Agró, ponía sobre la mesa en un informe el concepto de ciclo-calle como forma de acabar con "el injusto reparto del viario público" y ubicar el automóvil "en el sitio que le corresponde: el de ser un útil al servicio del hombre y no un objeto de culto por encima del bien y del mal". Llópez cuestionaba la efectividad de los carriles-bici y alertaba de que las ciclo-calles, por su propia idiosincrasia, podían contribuir al apaciguamiento del tránsito. Una década después, tras largos contactos, la alcaldesa, Rita Barberá, asumía la propuesta el pasado septiembre. "De momento", dice Llópez, "el Ayuntamiento ha concebido las ciclo-calles como complemento a la red de carriles-bici, pero nosotros creemos que tienen entidad por sí mismas y deberían trazar una red que abarque la ciudad, independientemente de los carriles-bici".
Valencia en Bici propone una red independiente que abarque la ciudad
Llópez reconoce que en contra de las nuevas vías puede jugar el miedo de los ciclistas a mezclarse con el tránsito motorizado, pero advierte de que la circulación por las aceras "da una falsa sensación de seguridad". "Vas más relajado porque no tienes la amenaza de los coches, pero hay obstáculos y el peligro de las intersecciones", añade. El principal problema reside en la falta de civismo de los conductores. "Es pasar de lo malo a lo menos malo. Con la ciclo-calle el ciclista está protegido por una señalización y una normativa que le da prioridad", expone. El portavoz de Valencia en Bici, en todo caso, tiene la esperanza de que "canalizar el tráfico ciclista por una serie de calles hará que la gente tienda a utilizarlas, y eso podrá disuadir a los automovilistas con prisa. También puede servir para disuadir del uso del coche". "Estamos ante una nueva pedagogía: las calles son de todos los ciudadanos. Y no será la panacea, pero es un adelanto respecto a lo que ocurre ahora", concluye.
Otros colectivos son más escépticos. Giuseppe Grezzi, coordinador en Valencia de Els Verds-Esquerra Ecologista y usuario habitual de la bicicleta, advierte de que la introducción de las ciclo-calles debería haber sido precedida "por una campaña de información y concienciación entre los conductores". "Esta es una ciudad cuya movilidad se basa en el coche y no existe voluntad municipal de reducir el tránsito automovilístico, ni una apuesta por la bicicleta. Las ciclo-calles están bien siempre que haya voluntad del Ayuntamiento de reducir los coches. Si tienes que seguir conviviendo, no merece la pena", argumenta, y pone como ejemplo lo sucedido con el carril-bici, que "se ha puesto a convivir con la acera y se han generado encontronazos con los peatones porque no hay concienciación ciudadana". Grezzi sospecha que muchos de los usuarios actuales del carril-bici "van a ser renuentes a utilizar la calzada por miedo, porque los coches van muy rápidos y existe una sensación de vulnerabilidad". Además, apunta a otros problemas para el tránsito en bicicleta, como el abuso del aparcamiento en doble fila. "El tema de la bicicleta no puede ser aislado de cómo se organiza una ciudad. Lo que necesita Valencia es un plan de movilidad sostenible".
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