Descuideros y descuidos
En un manual titulado Operativo anticarteristas, publicado por la empresa responsable de la vigilancia de algunas líneas del metro y distribuido entre los miembros de su plantilla, se pronostica la inminente extinción de los descuideros españoles, desplazados de su hábitat natural por predadores exóticos que el folleto distribuye según su procedencia geográfica y por sus diferentes métodos de apoderarse de lo ajeno al descuido, solos o en compañía de otros, ganchos y colaboradores encargados de despistar al primo, lila, o peluca, víctima de un desvalijamiento que generalmente se efectúa de forma indolora y subrepticia en los transportes públicos, en las grandes aglomeraciones o en las calles más concurridas del centro de la ciudad. La desaparición del descuidero español, especie profundamente arraigada en el medio ambiente urbano madrileño, es una tesis que, sin carecer de fundamento, es rechazada de plano por el inspector del Cuerpo Nacional de Policía, José Antonio Mateos, responsable de una brigada especial recientemente creada en Madrid para poner coto a la oleada de hurtos que nos azota; en esto sí coinciden los autores del manual con los responsables policiales, que vuelven a diferir de las valoraciones de la empresa de seguridad en cuanto al grado de violencia ejercido por los amigos de lo ajeno, que es lo nuestro.
De no ser desplumado por descuideros seductores, el manual aconseja ponerse en manos de las bosnias
Los carteristas madrileños, herederos de los inquilinos del sevillano y cervantino Patio de Monipodio, siempre tuvieron muy mala opinión de los sirleros, que tiraban de navaja para amedrentar a sus víctimas y a los que situaban en el peldaño más bajo de su ancestral escalafón, de la estirpe de Caco, dios grecolatino de segunda división y experto en el robo de ganado, que los ladrones del Siglo de Oro entronizaron como santo patrón de sus desmanes.
En las familias de la delincuencia tradicional el sirlero, era el más tonto de la casa. Carecía de la labia suficiente para dedicarse al timo, que requería mucha prosopopeya, y era demasiado torpe para usar con garantías el pico y la muleta. Los carteristas más finos eran, y son, los piqueros, que usan el índice y el pulgar de una mano para picar la cartera de cualquier bolsillo y torean al primo de turno con la muleta, generalmente un periódico o una chaqueta con la que cubren la mano del delito. Los carteristas de élite, siempre bien maqueaos, de trato amable y buenos modales, no abundan demasiado según el manual de los seguratas metropolitanos que describe numerosas técnicas de apropiación indebida, mucho más bastas y molestas, técnicas que en su mayoría no son precisamente innovadoras, porque ya eran utilizadas por carteristas autóctonos sin mucha cualificación. Los carteristas fetén, como cantaban los ratas de la Gran Vía zarzuelera, daban lecciones de prestidigitación y no de artes marciales.
Violentos y extranjeros, así refleja el manual de seguridad repartido a los vigilantes, el perfil de los delincuentes que operan en el metro. Los inmigrantes tienen la culpa de la oleada de robos, según los guardianes privados. Una valoración que podría verse, con malos ojos, como exculpatoria ante las numerosas denuncias presentadas en los últimos tiempos por usuarios inmigrantes contra vigilantes del metro por agresiones, vejaciones y malos tratos. Las diferentes versiones sobre violencia y procedencia de los delincuentes de la empresa de seguridad y de la brigada antidescuideros de la policía dan pábulo a la sospecha. Puestos a ser robados en el metro, lo mejor es, dentro de lo que cabe y según el manual, que a uno le desvalijen los suramericanos -"ecuatorianos, chilenos o presuntamente cubanos"-, porque "son bastante más finos que el resto" y además porque van bien vestidos, usan buenos perfumes y se acercan "provocativamente" a la víctima para llamar la atención. Así da gusto, porque te roban en tu idioma, a veces con ese dulce acento "presuntamente cubano", te provocan, y no te apestan. En caso de no poder ser desplumado por descuideros seductores, el manual aconseja ponerse en manos de las bosnias, "que no se muestran violentas".
Este opúsculo xenófobo y grotesco que encuentran desde hace un mes muchos vigilantes del metro en sus vestuarios apareció resumido en estas páginas el pasado lunes. La información de Pilar Álvarez venía a sumarse al candente debate público sobre la violencia y el matonismo en las puertas de las discotecas. Más datos para dar respuesta a la eterna pregunta: ¿Quién vigila a los que nos vigilan?
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